Ciudad del
Vaticano, 24 de junio (VIS).- Hoy, 24 de junio, solemnidad del nacimiento de
San Juan Bautista, Benedicto XVI se asomó, como todos los domingos, a la
ventana de su estudio para rezar el Ángelus con los fieles reunidos en la Plaza
de San Pedro.
“Si se excluye a la Virgen María -dijo el Papa- el
Bautista es el único santo de quien la liturgia celebra el nacimiento, y lo
hace porque se haya en estrecha relación con el misterio de la Encarnación del
Hijo de Dios. Desde el seno materno, Juan es el precursor de Jesús: su
prodigiosa concepción fue anunciada por el Ángel a María como signo de que
“nada es imposible a Dios (...) Los cuatro Evangelios dan gran relieve a la
figura de Juan el Bautista, como profeta que concluye el Antiguo Testamento e
inaugura el Nuevo, indicando a Jesús de Nazaret como el Mesías, el Consagrado
del Señor. Efectivamente, Jesús hablará de Juan en estos términos: “Él es aquel
de quien está escrito: Yo envío a mi mensajero delante de ti, para prepararte
el camino”.
El padre de Juan, Zacarías, era sacerdote del culto judío;
no creyó enseguida al anuncio de una paternidad que ya no esperaba y por este
motivo quedó mudo hasta el día de la circuncisión del niño. En esa ocasión,
animado por el Espíritu Santo, habló así de la misión del hijo: “Y tú, niño,
serás llamado Profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor preparando
sus caminos, para hacer conocer a su Pueblo la salvación mediante el perdón de
los pecados”.
“Todo esto -explicó el Santo Padre- se manifestó 30 años
después, cuando Juan bautizaba en el río Jordán, llamando a la gente a
prepararse, con ese gesto de penitencia, a la inminente venida del Mesías, que
Dios le había revelado durante su permanencia en el desierto de Judea. Por eso
se le llama “Bautista”, es decir “Bautizador” Cuando un día (...) llegó Jesús
para hacerse bautizar, Juan, en un primer momento, no quiso hacerlo, pero luego
aceptó y vio el Espíritu Santo posarse sobre Jesús y oyó la voz del Padre
celeste que lo proclamaba su Hijo”.
Sin embargo, la misión del Bautista, no se había cumplido
hasta el final. Poco después, “se le pidió que precediera a Jesús también en la
muerte violenta: Juan fue decapitado en la cárcel del rey Herodes y así dio
pleno testimonio del Cordero de Dios, a quien él, antes que nadie, había
reconocido e indicado públicamente”.
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