Día litúrgico: Sábado Santo
Texto del Evangelio ( ):
Comentario: Rev. D. Joan BUSQUETS i Masana
(Sabadell, Barcelona, España).
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Hoy, propiamente, no hay “evangelio” para meditar o —mejor
dicho— se debería meditar todo el Evangelio en mayúscula (la Buena Nueva),
porque todo él desemboca en lo que hoy recordamos: la entrega de Jesús a la
Muerte para resucitar y darnos una Vida Nueva.
Hoy, la Iglesia no se separa del sepulcro del Señor,
meditando su Pasión y su Muerte. No celebramos la Eucaristía hasta que haya
terminado el día, hasta mañana, que comenzará con la Solemne Vigilia de la
resurrección. Hoy es día de silencio, de dolor, de tristeza, de reflexión y de
espera. Hoy no encontramos la Reserva Eucarística en el sagrario. Hay sólo el
recuerdo y el signo de su “amor hasta el extremo”, la Santa Cruz que adoramos
devotamente.
Hoy es el día para acompañar a María, la madre. La tenemos
que acompañar para poder entender un poco el significado de este sepulcro que
velamos. Ella, que con ternura y amor guardaba en su corazón de madre los
misterios que no acababa de entender de aquel Hijo que era el Salvador de los
hombres, está triste y dolida: «Vino a los suyos, pero los suyos no le
recibieron» (Jn 1,11). Es también la tristeza de la otra madre, la Santa
Iglesia, que se duele por el rechazo de tantos hombres y mujeres que no han
acogido a Aquel que para ellos era la Luz y la Vida.
Hoy, rezando con estas dos madres, el seguidor de Cristo
reflexiona y va repitiendo la antífona de la plegaria de Laudes: «Cristo se
hizo por nosotros obediente hasta la muerte y una muerte de cruz. Por lo cual
Dios le exaltó y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre» (cf. Flp
2,8-9).
Hoy, el fiel cristiano escucha la Homilía Antigua sobre el
Sábado Santo que la Iglesia lee en la liturgia del Oficio de Lectura: «Hoy hay
un gran silencio en la tierra. Un gran silencio y soledad. Un gran silencio
porque el Rey duerme. La tierra se ha estremecido y se ha quedado inmóvil
porque Dios se ha dormido en la carne y ha resucitado a los que dormían desde
hace siglos. Dios ha muerto en la carne y ha despertado a los del abismo».
Preparémonos con María de la Soledad para vivir el
estallido de la Resurrección y para celebrar y proclamar —cuando se acabe este
día triste— con la otra madre, la Santa Iglesia: ¡Jesús ha resucitado tal como
lo había anunciado! (cf. Mt 28,6).
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