Es una de
las figuras gigantescas de la Iglesia y de la historia
3 OCTUBRE 2017ISABEL ORELLANA VILCHESTESTIMONIOS DE
LA FE
San Francisco De
Asís
«Fundador de los franciscanos. Con el radicalismo evangélico que signó
su vida, su pobreza y alegría, continúa interpelando al hombre de hoy. Es una
de las figuras gigantescas de la Iglesia y de la historia»
Hoy esta sección de ZENIT honra, junto a toda la Iglesia, a esta figura
gigantesca, cuya trayectoria espiritual tiene un influjo de incuestionable
riqueza en la historia, la ciencia, la música, la poesía, la naturaleza y el
arte, entre otras disciplinas. Además de fundador, este dechado de virtudes fue
peregrino en distintos países, apóstol en el Oriente, un hombre de paz. El
patrimonio que ha legado a la Iglesia es inmenso. Su irrupción en la misma y en
la sociedad fue un regalo del cielo en una época socio-política y eclesial
compleja, la de la Edad Media en la que le tocó vivir. El prestigioso
franciscanista P. Enrique Rivera ha explicado el alcance de la respuesta
del Poverello al secularismo actual a través de tres grandes
vertientes: sociología, historia y pensamiento. A la ausencia de Dios respondió
con el testimonio de su íntimo diálogo con Jesús, cuya cumbre alcanza ante el
Cristo de san Damián y en el monte Alverna.
Nació en Asís, Italia, en 1182. Era hijo del rico comerciante de tejidos
Pietro di Bernardone y de la noble Pica. Le bautizaron con el nombre de Juan.
Se formó con los canónigos de la parroquia y fue asiduo al hospital de San
Jorge. Aunque procedía de una familia pudiente, a los 14 años ayudaba a su
padre en la tienda. Después se fue desvinculando del compromiso laboral y de
sus estudios, que no casaban con su proyecto de vida desenfadada a la que se
entregó de lleno. Era un líder nato un tanto inconformista; un idealista en
extremo, aunque todavía no sabía cómo encauzar sus sueños. Exhibía por la
ciudad sus dotes poéticas y musicales, siguiendo la estela trovadoresca con la
que emulaba a los caballeros. Por un lado, disipaba el dinero, y por otro, daba
limosna a los pobres.
En 1198 se desató un grave conflicto entre la burguesía y los nobles de
Asís, solventado con la instauración del régimen comunal. Se implicó en el
litigio, luchó contra Perusa y fue apresado. Durante unos meses soportó el
rigor de la prisión, y tras su liberación, en 1204 cayó enfermo. Fueron
instantes de reflexión preparatorios para dar un vuelco decisivo a su vida. En
1205 se propuso combatir en Puglia según vio en un sueño, pero en Espoleto una
fuerza interior le instó a regresar. Se dijo: «Señor, ¿qué quieres que
haga?», aunque de momento siguió con sus costumbres. Pero Dios se hizo
notar en su corazón ese mismo año invadiéndole con gran dulzura.
La prodigalidad con los pobres y su compasión hacia ellos comenzaron a
adueñarse de él. Su oración vivificaba un amor que iba in
crescendo. Rogó a Dios su ayuda, y Él le exigió la total donación de
sí; debía elegir lo que más le costase. Una vez se vio frente a un leproso, y
superó su repugnancia besándolo; lo tomó como un don del cielo. A continuación,
experimentó un intenso aborrecimiento de su vida pasada y se dispuso a iniciar
un camino sin retorno. Se puso al servicio de estos enfermos y compartió con
ellos su vida.
Un fuego interior le consumía. La necesidad de oración y soledad eran
cada vez más intensas, y se redoblaban las pruebas. Luchó contra sí mismo y
obtuvo el don de la fidelidad. El Cristo del crucifijo de San Damián le pidió
que reparara su Iglesia. Entendió que se refería a la ruinosa capilla, y en
Foligno vendió su caballo y mercancía del establecimiento paterno obteniendo
los recursos para restaurarla. Se afincó en San Damián sin contar con la venia
de su progenitor, que montó en cólera. Puesto en la tesitura de elegir, se
abrazó a la pobreza, desprendiéndose de sus vestiduras ante el prelado de Asís.
Previamente, su frustrado padre lo había mantenido recluido y golpeado, sin
vencer su voluntad.
En 1208 escuchó en misa el texto evangélico de (Mt 10, 5-15), y se lo
aplicó. Vio que el desprendimiento absoluto y la penitencia eran su destino; en
ello se encerraba la idea de restauración. Se vistió con una humilde túnica
ceñida con un cordón y se hizo pobre con los pobres en medio del desprecio y
mofas de sus conocidos, con la alegría de verse convertido en un mendigo. En la
Porciúncula se congregaron numerosos jóvenes que querían seguir esa vida de
penitencia. Con ellos fundó la Orden de Frailes Menores, aprobada por Inocencio
III. Su saludo era: «La paz del Señor sea contigo». Amaba
tanto a la Virgen que puso su obra bajo su protección, y como recuerda su
biógrafo Celano: «cobijó bajo sus alas a los hijos que debía abandonar
para que Ella los favoreciese y auxiliase».
Encarnaba fielmente el evangelio. Se acusaba de sus faltas y se
castigaba públicamente. Inundado de gozo multiplicaba por todas las vías los
dones que iba recibiendo. «¿Qué son los siervos de Dios –decía
a sus frailes– sino juglares suyos que deben levantar los corazones de
la gente y entusiasmarlos con su alegría espiritual?». En 1212 santa Clara
se unió a su carisma dando lugar a la fundación de las clarisas. En 1224,
hallándose en el monte Alverna, recibió los estigmas de la Pasión, y antes el
don de milagros y de profecía. Devotísimo de la Eucaristía, fue agraciado con
numerosas revelaciones. Lidió con graves problemas dentro de su Orden, y sufrió
extremadamente con los estigmas y la grave lesión ocular padecida en los
últimos años de su vida.
Casi ciego en 1224 compuso el bellísimo Cántico de las criaturas.
Era una consecuencia inmediata del amor que sentía por Dios; las criaturas son
reflejo de la perfección divina. Y ante este espectáculo de la creación entera
elevó su cántico a Dios Padre. Así es como vivió la presencia de la paternidad
de Dios en todas las criaturas, a las que trataba como hermanas. Sin embargo,
esta peculiar ternura del Poverello hacia los seres
irracionales en los que percibía alguna semejanza con Dios no ha sido bien
comprendida. Pero ahí están magníficos estudios, rigurosos como los del
mencionado Rivera de Ventosa, que permiten constatar cuán lejos estaba el santo
de concepciones panteístas, hinduistas o románticas, como a veces se ha
afirmado. Murió en el suelo el 3 de octubre de 1226. Gregorio IX lo canonizó el
16 de julio de 1228.
https://es.zenit.org/articles/san-francisco-de-asis-4-de-octubre-4/
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