viernes, 6 de octubre de 2017

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Lucas 10,13-16
En aquel tiempo, dijo Jesús: «¡Ay de ti, Corozaín; ay de ti, Betsaida! Si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que en vosotras, hace tiempo que se habrían convertido, vestidas de sayal y sentadas en la ceniza. Por eso el juicio les será más llevadero a Tiro y a Sidón que a vosotras. Y tú, Cafarnaún, ¿piensas escalar el cielo? Bajarás al infierno. Quien a vosotros os escucha a mí me escucha; quien a vosotros os rechaza a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí rechaza al que me ha enviado.»

Reflexión del Evangelio de hoy

¿Quiero ser perdonado del todo?

Esta semana concluye el ciclo de primeras lecturas con una larga petición de perdón que el profeta Baruc escribe en el destierro, pero es enviada a Jerusalén para ser proclamada ante todo el pueblo, el día de la fiesta y en fechas oportunas. Está escrito por los desterrados que todavía no han podido volver a Jerusalén y todavía no pueden ver el templo reconstruido.

Esta petición de perdón viene después de que el Señor ha manifestado su designio nuevamente. Designio de un amor que es apasionado, como recordaréis que se nos decía el lunes pasado: “Siento un amor profundo por Sión, y me abraso de pasión por ella”.

El Señor se abrasa de pasión por nosotros, ¿no nos mueve esto a pedir perdón, a reconocer que no hemos obedecido su voz, que seguimos con obstinación nuestros propios caminos, nuestros propios proyectos? Es un signo de nuestro tiempo el estar enroscados sobre nosotros mismos mirándonos incesantemente el ombligo, y esto nos impide levantar la mirada al cielo, fijarla en el Señor y reconocer nuestro pecado, pero no para quedarnos ahí, sino para entrar en esta dinámica de amor apasionado.

Sin embargo, como dice Henri Nouwen, a nosotros nos gusta “instalarnos en la condición de criado. ¿Tengo confianza en una redención radical? Esto exige de mí una voluntad total de dejar a Dios ser Dios y que lleve a cabo en mí la renovación”. (L´abbraccio benedicente, 2000, p. 78).

Quien os escucha, a Mí me escucha

Las dos lecturas tienen hoy un marcado carácter penitencial, por eso es tan importante acoger de buen grado a quien nos invita a la conversión, porque viene de parte de Dios. No es su pretensión humillarnos y destrozarnos, sino indicarnos el camino, el único camino de la salvación: ob-audire, la obediencia-escucha de Otro que quiere nuestra vida.

Hoy el Evangelio sugiere también otra idea. El contexto de la perícopa de hoy es el envío de los 72 discípulos y de las instrucciones que Jesús les da. Las maldiciones sobre Corozaín, Betsaida y Cafarnaúm, dan un tinte oscuro a la lectura del Evangelio. Estas ciudades, testigos de los mayores milagros, no han escuchado la voz del Señor.

Pero yo quería fijarme en los versículos que siguen: “Quien a vosotros escucha, a mí me escucha”. Porque hay un matiz importante. En Mateo está hablando de la estructura de la Iglesia: el Señor, los apóstoles, los que enseñan, es decir, los profetas. Quien los recibe está recibiendo al mismo Señor. Pero en los otros paralelos, estas palabras se enmarcan en el contexto de quién es el mayor en el Reino de los cielos, es decir, los pequeños: los niños, los que se hacen como ellos, los que piden un vaso de agua en nombre de Jesús, etc., y quien acoge a estos, está acogiendo al mismo Jesús.

Pero en Juan, se añade otro punto importante al que quiero llegar: estos versos vienen justo detrás del lavatorio de los pies, y termina la escena con estas palabras: “quien recibe al que yo envíe, me recibe a Mí”. Pero es que el enviado del Señor tiene que ir a los demás como el más pequeño, como el que sirve, lavando los pies de sus hermanos. Sólo así podremos ser recibidos en medio de este mundo como enviados del Señor Jesús, sabiendo que sólo los verdaderos pequeños saben que están en los comienzos de la pequeñez. Esta es la invitación de la palabra de hoy, reconocer nuestro pecado, pedir perdón, desde la pequeñez, desde la humildad de nuestro corazón, para afianzarnos en un amor con pasión por nuestro Señor.

Simplemente, “sé pequeño, pero sin creer que un gramo tuyo vale lo que un kilo de tu hermano” (M. Delbrêl, Il Piccolo monaco. Turín, 1990).

MM. Dominicas
Monasterio de Sta. Ana (Murcia)

https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/6-10-2017/

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