Congreso
de la Congregación para el clero
El Card. Stella 07/10/2017 ©
L'Osservatore Romano
(ZENIT
– Roma, 8 de octubre de 2017). – “Qué sacerdote deseo ser?”: el Papa Francisco
hizo esta pregunta a los 268 participantes de un congreso internacional
organizado por la Congregación para el clero que recibió este sábado 7 de
octubre en la Sala Clementina del Vaticano.
O más
bien, el Papa Francisco les ha propuesto hacerse esta pregunta: “Qué sacerdote
deseo ser?”. Y señaló la alternativa: “Un sacerdote de salón, tranquilo e
instalado, o un discípulo misionero cuyo corazón arde por el Maestro y por el
pueblo de Dios? Un sacerdote que se entierra en su bienestar o un discípulo en
camino?”
El
sacerdote se debe formar “huyendo tanto de una espiritualidad sin alma como de
un compromiso mundano sin Dios”
Para
el Papa, la formación sacerdotal es “determinante para la misión de la Iglesia”
: ”La renovación de la fe y el futuro de las vocaciones solo es posible si
somos sacerdotes bien formados”
Esta
formación, según el Papa, depende primero de Dios, y luego de la libertad
humana: del sacerdote, de los obispos y del pueblo de Dios.
La acción de Dios
“La
formación sacerdotal depende en primer lugar de la acción de Dios en nuestra
vida y en nuestras actividades” señaló el Papa, que evoca la imagen de la
vasija de barro modelada por el alfarero: es Dios quien “transforma nuestro
corazón, y esto durante “toda la vida”. Y advierte “Aquel que no se deje formar
por el Señor cada día, se convierte en un sacerdote apagado, en un ministerio
inerte, sin entusiasmo por el Evangelio, ni pasión por el pueblo de Dios”.
La respuesta de la libertad al don de Dios
Para
el Papa, el sacerdote debe aportar también su contribución a la obra del
“alfarero divino”: en “el taller del alfarero, hay al menos tres
protagonistas”, los sacerdotes mismos, los obispos y el Pueblo de Dios.
El sacerdote
mismo, por su elección de vida: “Más que por el ruido de las ambiciones
humanas, preferirá el silencio y la oración, más que la confianza en su propio
trabajo, sabrá abandonarse en las manos del alfarero y en su providencia
creativa, más que por ideas preconcebidas, se dejará guiar por una sana
inquietud del corazón que orientará su incompletitud hacia la alegría del
encuentro con Dios y sus hermanos. Más que el aislamiento, buscará la amistad
de sus hermanos en el sacerdocio y de sus próximos, sabiendo que su vocación
nace de un encuentro de amor con Jesús y con el Pueblo de Dios”.
Los formadores y los obispos
El
rector del seminario, los directores espirituales, los educadores, y los
obispos son llamados “del taller” del alfarero para “cuidar” de las vocaciones
al sacerdocio, subraya el Papa que insiste sobre el ejercicio del
“discernimiento” y recomienda “una cercanía cargada de ternura y de
responsabilidad hacia la vida de los sacerdotes, una capacidad de ejercer el
arte del discernimiento como un instrumento privilegiado de todo el camino
sacerdotal”.
El
Papa insiste también en el “trabajar juntos”, lo que supone “cruzar los límites
de las fronteras de las diócesis”, “beneficiar el diálogo” y “proponer cursos
de formación dignos de esta importante tarea” de manera a “suscitar la
esperanza allí donde las cenizas han cubierto las brasas de la vida, y
engendrar la fe en los desiertos de la historia”.
El Pueblo de Dios
El
Papa indica como “tercer protagonista de la formación sacerdotal” – y que recomienda
“no olvidar nunca” –: “el Pueblo de Dios”.
Tomando
la metáfora del alfarero el Papa estima que el pueblo de Dios es “el giro que
da forma a la arcilla de nuestro sacerdocio”.
El
Papa recomienda a los sacerdotes de “dejarse dar forma por sus expectativas,
dejarse tocar por sus heridas “, de “caminar en medio de él”, a pesar de las
“resistencias” y de las “incomprensiones”. Visiblemente el Papa habla con
experiencia.
Observa
que “el pueblo de Dios es capaz de gestos sorprendentes de atención y de ternura
hacia sus sacerdotes”.
Con
esto concluye el Papa, la “verdadera escuela de formación humana, espiritual,
intelectual y pastoral” porque “el sacerdote debe ser aquel que se encuentra
entre Jesús y la gente”.
Traducción de Raquel Anillo
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