El papa
Francisco recordó que el mes de octubre la Iglesia lo dedica especialmente a la
misión, por eso tituló "Misioneros de esperanza hoy" su catequesis de
este miércoles.
"A
través del Espíritu Santo, Jesús nos hace renacer a una vida nueva que debemos
anunciar a los demás no sólo de palabra, sino con la vida. Jesús quiere
testigos, personas que difundan esperanza con su modo de acoger, de sonreír y
sobre todo de amar", aseguró.
El
pontífice sostuvo que "la fuerza de la resurrección hace que los
cristianos seamos capaces de amar allí donde parece que ya no hay motivo para
amar, y de abrir espacios de salvación allí donde parece que todo está
humanamente perdido".
"El cristiano por eso no se deja llevar del desánimo o de la queja, ya que gracias a la resurrección está convencido de que no hay ningún mal que sea infinito, ninguna noche que sea eterna, ningún hombre que no pueda cambiar, ningún odio que no se pueda vencer con amor", agregó.
"El cristiano por eso no se deja llevar del desánimo o de la queja, ya que gracias a la resurrección está convencido de que no hay ningún mal que sea infinito, ninguna noche que sea eterna, ningún hombre que no pueda cambiar, ningún odio que no se pueda vencer con amor", agregó.
Francisco
saludó luego a los peregrinos de lengua española, en modo particular a los
grupos provenientes de España y América Latina, a quienes invitó a pedirle a
Jesús, por intercesión de la Virgen María y de san Francisco de Asís, que
"sepamos difundir siempre a nuestro alrededor semillas de esperanza y de
amor".
Texto
completo de la catequesis del papa Francisco
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En esta
catequesis quiero hablar sobre el tema “Misioneros de esperanza hoy”. Estoy
contento de hacerlo al inicio del mes de octubre, que en la Iglesia está
dedicado de modo particular a la misión, y también en la fiesta de San
Francisco de Asís, que ha sido ¡un gran misionero de esperanza!
De hecho,
el cristiano nos es un profeta de desgracias. ¿Han entendido esto? Nosotros no
somos profetas de desgracias. La esencia de su anuncio es lo contrario, lo
opuesto a las desgracias: es Jesús, muerto por amor y que Dios lo ha resucitado
la mañana de Pascua. Y este es el núcleo de la fe cristiana. Si los Evangelios
se detuvieran en la sepultura de Jesús, la historia de este profeta iría a
agregarse a las tantas biografías de personajes heroicos que han dado la vida
por un ideal. El Evangelio sería entonces un libro edificante, también
consolador, pero no sería un anuncio de esperanza.
Pero los Evangelios no se cierran con el viernes santo, van más allá; y es justamente este fragmento sucesivo el que transforma nuestras vidas. Los discípulos de Jesús estaban desconsolados ese sábado después de su crucifixión; aquella piedra colocada en la puerta del sepulcro había cerrado también los tres años de entusiasmo vividos por ellos con el Maestro de Nazaret. Parecía que todo había terminado, y algunos, desilusionados y atemorizados, estaban ya dejando Jerusalén.
Pero los Evangelios no se cierran con el viernes santo, van más allá; y es justamente este fragmento sucesivo el que transforma nuestras vidas. Los discípulos de Jesús estaban desconsolados ese sábado después de su crucifixión; aquella piedra colocada en la puerta del sepulcro había cerrado también los tres años de entusiasmo vividos por ellos con el Maestro de Nazaret. Parecía que todo había terminado, y algunos, desilusionados y atemorizados, estaban ya dejando Jerusalén.
¡Pero
Jesús resucita! Este hecho inesperado cambia e invierte la mente y el corazón
de los discípulos. Porque Jesús no resucita solo por sí mismo, como si su
renacer fuera una prerrogativa del cual estar celosos: si asciende hacia el
Padre es porque quiere que su resurrección sea participada a todo ser humano, y
lleve a lo alto toda creatura. Y el día de Pentecostés los discípulos son
transformados por el soplo del Espíritu Santo. No tendrán solamente una buena
noticia para llevar a todos, sino que serán ellos mismos diferentes de antes,
como renacidos a una vida nueva. La resurrección de Jesús nos transforma con la
fuerza del Espíritu Santo. Jesús está vivo, está vivo en medio de nosotros,
está vivo y tiene esa fuerza para transformarnos.
¡Qué bello
es pensar que se es anunciador de la resurrección de Jesús no solamente con
palabras, sino con los hechos y con el testimonio de vida! Jesús no quiere
discípulos capaces sólo de repetir fórmulas aprendidas de memoria. Quiere
testigos: personas que propagan esperanza con su modo de acoger, de sonreír, de
amar. Sobre todo de amar: porque la fuerza de la resurrección hace a los
cristianos capaces de amar incluso cuando el amor parece haber perdido sus
razones. Hay “algo más” que habita en la existencia cristiana, y que no se
explica simplemente con la fuerza de ánimo o un mayor optimismo. ¡No! La fe,
nuestra esperanza no es sólo un optimismo; es otra cosa más. Es como si los
creyentes fueran personas con un “pedazo de cielo” de más sobre la cabeza. ¡Qué
bello es esto! Nosotros somos personas con un pedazo de cielo de más sobre la
cabeza, acompañados por una presencia que alguno no logra ni siquiera
intuir.
Así la
tarea de los cristianos en este mundo es la de abrir espacios de salvación,
como células de regeneración capaces de restituir linfa a lo que parecía
perdido para siempre. Cuando el cielo está nublado, es una bendición quien sabe
hablar del sol. Es esto, el verdadero cristiano es así: no triste y amargado,
sino convencido, por la fuerza de la resurrección, de que ningún mal es infinito,
ninguna noche es sin fin, ningún hombre está definitivamente equivocado, ningún
odio es invencible por el amor.
Cierto, algunas veces los discípulos pagarán caro esta esperanza donada a ellos por Jesús. Pensemos en tantos cristianos que no han abandonado a su pueblo, cuando ha llegado el tiempo de la persecución. Se han quedado ahí, donde era incierto incluso el mañana, donde no se podía hacer proyectos de ningún tipo, se han quedado esperando en Dios. Y pensemos en nuestros hermanos, en nuestras hermanas de Oriente Medio que dan testimonio de esperanza y también ofrecen la vida por este testimonio. Y ellos son verdaderos cristianos. Ellos llevan el cielo en el corazón, miran más allá, siempre más allá.
Cierto, algunas veces los discípulos pagarán caro esta esperanza donada a ellos por Jesús. Pensemos en tantos cristianos que no han abandonado a su pueblo, cuando ha llegado el tiempo de la persecución. Se han quedado ahí, donde era incierto incluso el mañana, donde no se podía hacer proyectos de ningún tipo, se han quedado esperando en Dios. Y pensemos en nuestros hermanos, en nuestras hermanas de Oriente Medio que dan testimonio de esperanza y también ofrecen la vida por este testimonio. Y ellos son verdaderos cristianos. Ellos llevan el cielo en el corazón, miran más allá, siempre más allá.
Quien ha
tenido la gracia de abrazar la resurrección de Jesús puede todavía esperar en
lo inesperado. Los mártires de todos los tiempos, con su fidelidad a Cristo,
narran que la injusticia no es la última palabra en la vida. En Cristo
resucitado podemos continuar esperando. Los hombres y las mujeres que tienen un
“porqué” vivir resisten más que los demás en los tiempos de desgracia. Pero
quien tiene a Cristo a su lado, de verdad no teme más nada. Y por esto los
cristianos no son jamás hombres fáciles y acomodados, los verdaderos
cristianos. Su humildad no se debe confundir con un sentido de inseguridad y de
condescendencia. San Pablo anima a Timoteo a sufrir por el Evangelio y dice
así: «el Espíritu que Dios nos ha dado no es un espíritu de temor, sino de
fortaleza, de amor y de sobriedad» (2 Tim 1,7). Caídos, se levantan
siempre.
Es por esto, queridos hermanos y hermanas, que el cristiano es un misionero de esperanza. No por su mérito, sino gracias a Jesús, el grano de trigo que cae en la tierra, ha muerto y ha dado mucho fruto (Cfr. Jn 12,24). Gracias.+
Es por esto, queridos hermanos y hermanas, que el cristiano es un misionero de esperanza. No por su mérito, sino gracias a Jesús, el grano de trigo que cae en la tierra, ha muerto y ha dado mucho fruto (Cfr. Jn 12,24). Gracias.+
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