13-10-2013 Radio Vaticana
(RV).- "Dios nos sorprende siempre". Los muchos
"sí" de María. El Año de la Fe en Roma vive con intensidad las
jornadas marianas del sábado y de hoy. Este domingo por la mañana ante más de
cien mil fieles y peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro alrededor de la
estatua de Nuestra Señora de Fátima, el Papa Francisco presidió la Santa Misa.
Fijando la mirada en María, “criatura humilde y débil como nosotros, elegida
para ser Madre de Dios, Madre de su Creador”, el Obispo de Roma centró su homilía
en tres puntos: Dios nos sorprende, Dios nos pide fidelidad, Dios es nuestra
fuerza. El Papa pidió la intercesión de María para que “nos ayude a dejarnos
sorprender por Dios sin oponer resistencia, a ser hijos fieles cada día, a
alabarlo y darle gracias porque Él es nuestra fuerza”. Al final de la Misa
Francisco leyó el acto de Consagración a Nuestra Señora de Fátima:
"Nuestra Señora de Fátima, con renovada gratitud por tu presencia materna,
unimos nuestra voz a la de todas las generaciones que te dicen beata".
“Custodia nuestra vida en sus brazos".
Consagración a
Nuestra Señora (Con
audio de la crónica radial):
"Enséñanos -ha dicho el Santo Padre- tu mismo amor de
predilección por los pequeños y los pobres, por los marginados y los que
sufren, por los pecadores y los que perdieron el corazón". “Reúnenos a
todos bajo tu protección y entréganos a tu amado Hijo, nuestro Señor
Jesucristo".
Texto de la Homilía
del Papa (audio
de la crónica radial del evento):
En el Salmo hemos recitado: “Cantad al Señor un cántico
nuevo, porque ha hecho maravillas” (Sal 97,1).
Hoy nos encontramos ante una de esas maravillas del Señor:
¡María! Una criatura humilde y débil como nosotros, elegida para ser Madre de
Dios, Madre de su Creador.
Precisamente mirando a María a la luz de las lecturas que
hemos escuchado, me gustaría reflexionar con ustedes sobre tres puntos: primero,
Dios nos sorprende, segundo, Dios nos pide fidelidad, tercero, Dios es nuestra
fuerza.
1. El primero: Dios nos sorprende. La historia
de Naamán, jefe del ejército del rey de Aram, es llamativa: para curarse de la
lepra se presenta ante el profeta de Dios, Eliseo, que no realiza ritos
mágicos, ni le pide cosas extraordinarias, sino únicamente fiarse de Dios y
lavarse en el agua del río; y no en uno de los grandes ríos de Damasco, sino en
el pequeño Jordán. Es un requerimiento que deja a Naamán perplejo, también
sorprendido: ¿qué Dios es este que pide una cosa tan simple? Decide marcharse,
pero después da el paso, se baña en el Jordán e inmediatamente queda curado.
Dios nos sorprende; precisamente en la pobreza, en la debilidad, en la humildad
es donde se manifiesta y nos da su amor que nos salva, nos cura y nos
fortalece. Sólo pide que sigamos su palabra y nos fiemos de Él.
Ésta es también la experiencia de la Virgen María: ante el
anuncio del Ángel, no oculta su asombro. Es el asombro de ver que Dios, para
hacerse hombre, la ha elegido precisamente a Ella, una sencilla muchacha de
Nazaret, que no vive en los palacios del poder y de la riqueza, que no ha hecho
cosas extraordinarias, pero que está abierta a Dios, se fía de Él, aunque no lo
comprenda del todo: “He aquí la esclava el Señor, hágase en mí según tu
palabra” (Lc 1, 38). Es su respuesta. Dios nos sorprende siempre, rompe
nuestros esquemas, pone en crisis nuestros proyectos, y nos dice: Fíate de mí,
no tengas miedo, déjate sorprender, sal de ti mismo y sígueme.
Preguntémonos hoy todos nosotros si tenemos miedo de lo
que el Señor pudiera pedirnos o de lo que nos está pidiendo. ¿Me dejo
sorprender por Dios, como hizo María, o me cierro en mis seguridades, seguridades
materiales, seguridades intelectuales, seguridades ideológicas, seguridades de
mis proyectos? ¿Dejo entrar a Dios verdaderamente en mi vida? ¿Cómo le respondo?
2. En la lectura de
San Pablo que
hemos escuchado, el Apóstol se dirige a su discípulo Timoteo diciéndole:
Acuérdate de Jesucristo, si perseveramos con Él, reinaremos con Él. Éste es el
segundo punto: acordarse siempre de Cristo, la memoria de Jesucristo, y esto es
perseverar en la fe: Dios nos sorprende con su amor, pero nos pide que le
sigamos fielmente. Pensemos cuántas veces nos hemos entusiasmado con una cosa,
con un proyecto, con una tarea, pero después, ante las primeras dificultades,
hemos tirado la toalla. Y esto, desgraciadamente, sucede también con nuestras
opciones fundamentales, como el matrimonio. La dificultad de ser constantes, de
ser fieles a las decisiones tomadas, a los compromisos asumidos. A menudo es
fácil decir “sí”, pero después no se consigue repetir este “sí” cada día. No se
consigue a ser fieles.
María ha dicho su “sí” a Dios, un “sí” que ha cambiado su
humilde existencia de Nazaret, pero no ha sido el único, más bien ha sido el
primero de otros muchos “sí” pronunciados en su corazón tanto en los momentos
gozosos como en los dolorosos; todos estos “sí” culminaron en el pronunciado
bajo la Cruz. Hoy, aquí hay muchas madres; piensen hasta qué punto ha llegado
la fidelidad de María a Dios: hasta ver a su Hijo único en la Cruz. La mujer
fiel, de pie, destruida dentro, pero fiel y fuerte.
Y yo me pregunto: ¿Soy un cristiano a ratos o soy siempre
cristiano? La cultura de lo provisional, de lo relativo entra también en la
vida de fe. Dios nos pide que le seamos fieles cada día, en las cosas
ordinarias, y añade que, a pesar de que a veces no somos fieles, Él siempre es
fiel y con su misericordia no se cansa de tendernos la mano para levantarnos,
para animarnos a retomar el camino, a volver a Él y confesarle nuestra
debilidad para que Él nos dé su fuerza. Es éste el camino definitivo, siempre
con el Señor, también en nuestras debilidades, también en nuestros pecados.
Jamás caminar sobre el camino de lo provisional. Esto sí mata. La fe es
fidelidad definitiva, como aquella de María.
3. El último punto: Dios es nuestra fuerza. Pienso
en los diez leprosos del Evangelio curados por Jesús: salen a su encuentro, se
detienen a lo lejos y le dicen a gritos: “Jesús, maestro, ten compasión de
nosotros” (Lc 17,13). Están enfermos, necesitados de amor y de fuerza, y buscan
a alguien que los cure. Y Jesús responde liberándolos a todos de su enfermedad.
Llama la atención, sin embargo, que solamente uno regrese alabando a Dios a
grandes gritos y dando gracias. Jesús mismo lo indica: diez han dado gritos
para alcanzar la curación y uno solo ha vuelto a dar gracias a Dios a gritos y
reconocer que en Él está nuestra fuerza. Saber agradecer, dar gloria a Dios por
lo que hace por nosotros.
Miremos a María: después de la Anunciación, lo primero que
hace es un gesto de caridad hacia su anciana pariente Isabel; y las primeras
palabras que pronuncia son: “Proclama mi alma la grandeza del Señor”, o sea, un
cántico de alabanza y de acción de gracias a Dios no sólo por lo que ha hecho
en Ella, sino por lo que ha hecho en toda la historia de salvación. Todo es don
suyo. Si nosotros podemos entender que todo es don de Dios, ¡cuánta felicidad
hay en nuestro corazón! Todo es don suyo ¡Él es nuestra fuerza! ¡Decir gracias
es tan fácil, y sin embargo tan difícil! ¿Cuántas veces nos decimos gracias en
la familia? Es una de las palabras claves de la convivencia. "Permiso",
"disculpa", "gracias": si en una familia se dicen estas
tres palabras, la familia va adelante. "Permiso",
"perdóname", "gracias". ¿Cuántas veces decimos
"gracias" en familia? ¿Cuántas veces damos las gracias a quien nos
ayuda, se acerca a nosotros, nos acompaña en la vida? ¡Muchas veces damos todo
por descontado! Y así hacemos también con Dios. Es fácil dirigirse al Señor
para pedirle algo, pero ir a agradecerle: "Uy, no me dan ganas".
Continuemos la Eucaristía invocando la intercesión de
María para que nos ayude a dejarnos sorprender por Dios sin oponer resistencia,
a ser hijos fieles cada día, a alabarlo y darle gracias porque Él es nuestra
fuerza. Amén. (RC-RV)
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