Día litúrgico: Miércoles XXVII del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Lc 11,1-4): Sucedió que, estando
Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos:
«Señor, enséñanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos». Él les dijo:
«Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu Reino, danos
cada día nuestro pan cotidiano, y perdónanos nuestros pecados porque también
nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación».
Comentario: Fr. Austin Chukwuemeka IHEKWEME
(Ikenanzizi, Nigeria).
Señor, enséñanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos
Hoy vemos cómo uno de los discípulos le dice a Jesús:
«Señor, enséñanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos» (Lc 11,1). La
respuesta de Jesús: «Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu Nombre,
venga tu Reino, danos cada día nuestro pan cotidiano, y perdónanos nuestros
pecados porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos
dejes caer en tentación» (Lc 11,2-4), puede ser resumida con una frase: la
correcta disposición para la oración cristiana es la disposición de un niño
delante de su padre.
Vemos enseguida que la oración, según Jesús, es un trato
del tipo “padre-hijo”. Es decir, es un asunto familiar basado en una relación
de familiaridad y amor. La imagen de Dios como padre nos habla de una relación
basada en el afecto y en la intimidad, y no de poder y autoridad.
Rezar como cristianos supone ponernos en una situación
donde vemos a Dios como padre y le hablamos como sus hijos: «Me has escrito:
‘Orar es hablar con Dios. Pero, ¿de qué?’. —¿De qué? De Él, de ti: alegrías,
tristezas, éxitos y fracasos, ambiciones nobles, preocupaciones diarias...,
¡flaquezas!: y acciones de gracias y peticiones: y Amor y desagravio. En dos
palabras: conocerle y conocerte: ¡tratarse!’» (San Josemaría).
Cuando los hijos hablan con sus padres se fijan en una
cosa: transmitir en palabras y lenguaje corporal lo que sienten en el corazón.
Llegamos a ser mejores mujeres y hombres de oración cuando nuestro trato con
Dios se hace más íntimo, como el de un padre con su hijo. De eso nos dejó
ejemplo Jesús mismo. Él es el camino.
Y, si acudes a la Virgen, maestra de oración, ¡qué fácil
te será! De hecho, «la contemplación de Cristo tiene en María su modelo
insuperable. El rostro del Hijo le pertenece de un modo especial (...). Nadie
se ha dedicado con la asiduidad de María a la contemplación del rostro de
Cristo» (Juan Pablo II).
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