Del Libro de San Basilio Magno, obispo, Sobre el Espíritu
Santo
Es una sola la
muerte en favor del mundo y una sola la resurrección de entre los muertos
Debernos imitar a Jesucristo -nos recuerda San Basilio-
hasta la muerte. Muerte del hombre viejo y regeneración por el bautismo a una
vida nueva. Los catecúmenos, en efecto, recibirán en el Domingo de Pascua el
primer sacramento de la iniciación cristiana, con el cual libremente se obligan
a cambiar de vida. Todo será ficticio, carente de sentido, rito mágico, si el
cristiano no participa realmente en la muerte y resurrección de Cristo: muerte
al pecado y resurrección a la vida de la gracia.
Por eso, el bautismo se confiere en la Vigilia pascual,
para expresar visiblemente la inserción de cada hombre en el misterio de
Cristo. Toda nuestra vida debe ser eso: continua muerte y resurrección.
Nuestro Dios y Salvador realizó su plan de salvar al
hombre levantándolo de su caída y haciendo que pasara del estado de
alejamiento, en que había incurrido por su desobediencia, al estado de
familiaridad con Dios. Éste fue el motivo de la venida de Cristo en la carne de
su convivencia con los hombres, de sus sufrimientos, de su cruz, de su
sepultura y de su resurrección: que el hombre, una vez salvado, recobrara, por
la imitación de Cristo, su antigua condición de hijo adoptivo.
Y así, para llegar a una vida perfecta, es necesario
imitar a Cristo, no sólo en los ejemplos que nos dio durante su vida, ejemplos
de mansedumbre, de humildad y de paciencia, sino también en su muerte, como
dice Pablo, el imitador de Cristo: Muriendo su misma muerte, para alcanzar
también la resurrección de entre los muertos.
Mas, ¿de qué manera podremos reproducir en nosotros su
muerte? Sepultándonos con él por el bautismo. ¿En qué consiste este modo de
sepultura, y de qué nos sirve el imitarla? En primer lugar, es necesario cortar
con la vida anterior. Y esto nadie puede conseguirlo sin aquel nuevo nacimiento
de que nos habla el Señor, ya que la regeneración, como su mismo nombre indica,
es el comienzo de una vida nueva. Por esto, antes de comenzar esta vida nueva,
es necesario poner fin a la anterior. En esto sucede lo mismo que con los que
corren en el estadio: éstos, al llegar al fin de la primera parte de la
carrera, antes de girar en redondo, necesitan hacer una pequeña parada o pausa,
para reemprender luego el camino de vuelta; así también, en este cambio de
vida, era necesario interponer la muerte en~ tre la primera vida y la
posterior, muerte que pone fin a los actos precedentes y da comienzo a los
subsiguientes.
¿Cómo podremos, pues, imitar a Cristo en su descenso a la
región de los muertos? Imitando su sepultura mediante el bautismo. En efecto,
los cuerpos de los que son bautizados quedan, en cierto modo, sepultados bajo
las aguas. Por esto el bautismo significa, de un modo arcano, el despojo de las
obras de la carne, según aquellas palabras del Apóstol: Habéis sido
circuncidados, no con operación quirúrgica, sino con la circuncisión de Cristo,
que consiste en el despojo de vuestra condición mortal; con Cristo fuisteis
sepultados en el bautismo, ya que el bautismo en cierto modo purifica el alma
de las manchas ocasionadas en ella por el influjo de esta vida en carne mortal,
según está escrito: Lávame: quedaré más blanco que la nieve. Por esto reconocemos
un solo bautismo salvador, ya que es una sola la muerte en favor del mundo y
una sola la resurrección de entre los muertos, y de ambas es figura el bautismo.
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