En el Nuevo Testamento, san Lucas describirá el anuncio
hecho a los discípulos de la muerte de Jesús, en la transfiguración, como su
éxodo que debía cumplirse en Jerusalén (9, 31, cf. Jn 13, I al hablar de su
paso de este mundo al Padre, en el momento de la pascua). Es probable también
que la imagen del cordero inmolado, en Is 53, 7, implicara desde el principio
una referencia pascual. En todo caso, san Pablo describirá la pasión salvadora
de Cristo diciendo: "Cristo, nuestra pascua, ha sido inmolado" (I Cor
5, 7).
Así, por una parte, la celebración pascual se convertirá
para los cristianos en la celebración de la muerte y de la resurrección del
Salvador, y la pascua judía, con todo lo que había significado para los judíos
en la primera alianza, será para ellos la fuente principal de su interpretación
de la pasión.
Ya en la primera epístola de san Pedro vemos superponerse a este
tema el del bautismo, celebrado de antiguo con preferencia en la noche pascual.
Pasado Él mismo de este mundo a su Padre por la cruz, Cristo nos transporta
tras Él, no ya simplemente del Egipto material a una tierra prometida que no lo
era menos, aunque uno y otra estuvieran ya llenos de evocaciones espirituales,
sino "del reino de las tinieblas al reino del Hijo" (Cal 1, 13), que
es lo mismo que la entrada en participación de "la heredad de los santos
en la luz" (v. 12).
Así el misterio de Cristo, tal como lo explicará san Pablo
y como lo celebrará toda la liturgia de la antigua Iglesia, es el misterio pascual,
es decir, el que se cumplió en la pascua, que la pascua cristiana conmemora, y
que constituye la pascua definitiva de la nueva y eterna alianza.
La parusía de Cristo será finalmente descrita a su vez
como el definitivo cumplimiento de esta pascua en la eternidad (cf Lc 22, 16 y
Mt 26, 29).
La Pascua en la
Iglesia Católica
La Pascua es la fiesta principal, corazón y punto álgido
del calendario litúrgico, la llamada "Fiesta de Fiestas" opaca
incluso a la Navidad, pues en si en la natividad nació el Salvador y nos llenó
de gozo su venida, aún mayor alegría nos causa el cumplimiento de las promesas
de Dios al enviarnos a un Salvador que rescatara a la humanidad entera del
pecado.
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