Obispo.
Martirologio Romano: En Troyes, de Neustria, san
Prudencio, obispo, que preparó para los itinerantes un breviario del Salterio,
recogió de las Sagradas Escrituras los preceptos para los candidatos al
sacerdocio y restauró la disciplina de los monasterios († 861).
Etimológicamente: Prudencio = Aquel que prevé, es
de origen latino.
Parece que fue el primer controversista español.
Probablemente de origen pirenaico. Dejó su patria -como tantos- por la invasión
de los musulmanes y buscó fortuna al otro lado de los Pirineos, al amparo de la
corte de los carolingios. Supo encontrarla y, además, su vida y ministerio
sirvió como vehículo de la tradición isidoriana por tierras más allá de los
montes. Amén de historiador erudito y sabio teólogo, fue obispo y santo.
Mantiene a lo largo de su vida con orgullo noble su
condición de español. De hecho, en el evangeliario de su biblioteca, bellamente
iluminado con las figuras simbólicas de los evangelistas, confiesa su origen
hispano: "Yo, Prudencio, soy quien mandó hacer esta obra; yo, que nací en
Hesperia y llevo la sangre de los celtíberos". ¡Quién sabe si el mismo
nombre de Prudencio lo tomara en honor del paisano historiador y poeta de los
siglos IV y VI.
Gobernó la iglesia de Troyes, iluminándola con la doctrina
y defendiéndola con su pluma. Gran conocedor de la Sagrada Escritura y
consciente de que ella encierra el tesoro de la Palabra, enseñó a rezar a sus
fieles con los salmos escribiendo para ellos el Breviarium Psalterii. También
divulgó el Florilegium ex sacra Scriptura, un manual de ética con sentencias
espigadas de los libros santos.
Consiguió reunir una gran biblioteca -manía de todos los
intelectuales- donde se refugiaba en los momentos libres de atenciones
pastorales, para preparar otras labores pastorales futuras. Pasa ratos y a
veces temporadas dedicados a la reflexión y el estudio. Allí pudo reunir
ejemplares que encerraban gran parte del saber teológico del tiempo; sus
favoritos son Gregorio Magno, Isidoro de Sevilla, San Agustín.
Adquirió gran erudición eclesiástica y agudeza discursiva
que le capacitaron para tomar parte en las controversias teológicas de altos
vuelos que hubo en su tiempo. Por ejemplo, la disputa entre Godescalco -a
quien es posible que conociera en la juventud, en las aulas de Fulda, donde
Rabano Mauro era maestro-, acusado de hereje por Hincmaro, el temible arzobispo
de Reims, que no paró hasta meterlo en prisión. Fueron conflictos de
pensamiento teológico en cuestiones de predestinación y libre albedrío, y en
ellas se vio envuelto el irlandés Escoto Erígena. Tuvo que intervenir Prudencio
para dar salida a la pureza de la fe, poniendo en juego toda la agudeza del
raciocinio del teólogo al tiempo que supo conjugar la caridad con la más
implacable fuerza dialéctica.
No extraña que conste en su curriculum de historiador y
teólogo el hecho de llegar a ser capellán y consejero de Ludovico Pío y Carlos
el Calvo. Troyes lo veneró como santo desde su muerte por haber sido un pastor
celoso de la fe y de las almas, que supo hermanar la fuerza y rigidez de
pensamiento con la blandura de un padre en sus gestos.
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