XXXV Papa.
Martirologio Romano: En Roma, en el cementerio de
Calepodio, en el tercer miliario de la vía Aurelia, sepultura del papa san
Julio I, quien, frente a los ataques de los arrianos, custodió valientemente la
fe del Concilio de Nicea, defendió a san Atanasio, perseguido y exiliado, y
reunió el Concilio de Sárdica. († 352)
Fecha de
canonización: Información
no disponible. La antigüedad de los documentos y de las técnicas usadas para
archivarlos, la acción del clima, y en muchas ocasiones del mismo ser humano,
han impedido que tengamos esta concreta información el día de hoy. Si sabemos
que fue canonizado antes de la creación de la Congregación para la causa de los Santos, y que su culto fue
aprobado por el Obispo de Roma: el Papa.
Se conocen pocos datos de su vida anterior a la elección
para Sumo Pontífice el 6 de febrero del 337, muerto el papa Marcos y después de
ocho meses de sede vacante. El Liber Pontificalis nos dice que era romano y que
su padre se llamaba Rústico.
La primera de las actuaciones que deberá realizar -que le
seguirá luego por toda su vida- está directamente relacionada con la lucha
contra el arrianismo. Había sido condenada la herejía en el Concilio universal
de Nicea, en el 325; pero una definición dogmática no liquida de modo
automático un problema, cuando las personas implicadas están vivas, se aferran
a sus esquemas y están preñadas de otros intereses menos confesables.
A la muerte del emperador Constantino, por decreto, pueden
regresar a sus respectivas diócesis los obispos que estaban en el destierro. Es
el caso de Atanasio que vuelve a su legítima sede de Alejandría con el gozo de
los eclesiásticos y del pueblo. Pero los arrianos habían elegido para obispo de
esa sede a Pisto y comienzan las intrigas y el conflicto. El Papa Julio recibe
la información de las dos partes y decide el fin del pleito a favor de Atanasio.
Eusebio de Nicomedia, Patriarca proarriano con sede en
Constantinopla, envía una embajada a Roma solicitando del papa la convocatoria
de un sínodo. Por su parte, Atanasio -recuperadas ya sus facultades de
gobierno- ha reunido un importante sínodo y manda al papa las actas que
condenan decididamente el arrianismo y una más explícita profesión de fe
católica.
Julio I, informado por ambas partes, convoca el sínodo
pedido por los arrianos. Pero estos no envían representantes y siguen
cometiendo tropelías.
Muere Eusebio y le sucede Acacio en la línea del
arrianismo. Otro sínodo arriano vuelve a deponer a Atanasio y nombra a Gregorio
de Capadocia para Alejandría.
El papa recoge en Roma a los nuevamente perseguidos y
depuestos obispos con Atanasio a la cabeza. Como los representantes arrianos
siguen sin comparecer, Julio I envía pacientemente a los presbíteros Elpidio y
Filoxeno con un resultado nulo en la gestión porque los arrianos siguen
rechazando la cita que pidieron.
En el año 341 se lleva a cabo la convocatoria del sínodo
al que no quieren asistir los arrianos por más que fueron ellos los que lo
solicitaron; ahora son considerados por el papa como rebeldes. En esta reunión
de obispos se declara solemnemente la inocencia de Atanasio; el papa manda una
encíclica a los obispos de Oriente comunicando el resultado y añade
paternalmente algunas amonestaciones, al tiempo que mantiene con claridad la
primacía y autoridad de la Sede Romana.
Los arrianos se muestran rebeldes y revueltos; en el mismo
año 341 reúnen otro sínodo en Antioquía que reitera la condenar a Atanasio y en
el que se manifiestan antinicenos.
Estando así las cosas, el papa Julio I decide convocar un
concilio más universal. En este momento se da la posibilidad de contar con la
ayuda de Constancio y Constante -hijos de Constantino y ahora emperadores- que
se muestran propicios a apoyar las decisiones del encuentro de obispos arrianos
y católicos. El lugar designado es Sárdica; el año, el 343; el presidente, el
español -consejero del emperador- Osio, obispo de Córdoba. El papa envía
también por su parte legados que le representen.
Pero se complican las cosas. Los obispos orientales
arrianos llegan antes y comienzan por su cuenta renovando la exclusión de
Atanasio y demás obispos orientales católicos. Luego, cuando llegan los legados
que dan legitimidad al congreso, se niegan a tomar parte en ninguna
deliberación, apartándose del Concilio de Sárdica, reuniendo otro sínodo en
Philipópolis, haciendo allí otra nueva profesión de fe y renovando la
condenación de Atanasio. El bloque compacto de obispos occidentales sigue
reunido con Osio y los legados.
Celebran el verdadero Concilio que declara la inocencia de
Atanasio, lo repone en su cargo, hace profesión de fe católica y excomulga a
los intrusos rebeldes arrianos. Como conclusión, se ha mantenido la firmeza de
la fe de Nicea, reforzándose así la ortodoxia católica.
Aún pudo Julio I recibir una vez más en Roma al tan
perseguido campeón de la fe y ortodoxia católica que fue Atanasio, cuando va a
agradecer al primero de todos los obispos del orbe su apoyo en la verdad, antes
de volver a Alejandría.
Julio I escribirá otra carta más a los obispos orientales
y de Egipto.
En los 15 años de papado, sobresale su gobierno leal no
exento de muchas preocupaciones y desvelos por defender la verdad católica. La
lealtad a la fe y la búsqueda de la justicia en el esclarecimiento de los
hechos fueron sus ejes en toda la controversia posnicena contra el arrianismo.
Su paciente gobierno contribuyó a la clarificación de la ortodoxia
fortaleciendo la primacía y autoridad de la Sede Romana.
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