Obispo de Corinto.
Martirologio Romano: Conmemoración de san Dionisio,
obispo de Corinto, el cual, dotado de admirable conocimiento de la palabra de
Dios, no sólo enseñó con la predicación a los fieles de su ciudad y de su
provincia, sino también a los obispos de otras ciudades y provincias mediante
sus cartas († 180).
Etimológicamente: Dionisio = Aquel que mantiene la
fe en Dios, es de origen griego.
Los menologios griegos dan noticia de su condición
episcopal cuando lo incluyen en las listas de obispos, mencionando su óbito
alrededor del año 180. También Eusebio de Cesarea nos relata algo de su
actividad al recogerlo en la Historia Eclesiástica como uno de los grandes
hombres que contribuyeron a extender por el mundo el Evangelio.
Pertenece a las primeras generaciones de cristianos. Es
uno de los primitivos eslabones de la larga cadena que sólo tendrá fin cuando
acabe el tiempo. Por el momento en que vivió, resulta que con él entramos en
contacto con la antiquísima etapa en que la Iglesia está aún, como aprendiendo
a andar, dando sus primeros pasos; su expresión en palabras sólo se siente en
la tierra como un balbuceo y la gente que conoce y sigue a Cristo son poco más
que un puñado de hombres y mujeres echados al mundo, como a voleo, por la mano
del sembrador y desparramados por el orbe.
Dionisio fue un obispo que destaca por su celo apostólico
y se aprecia en él la preocupación ordinaria de un hombre de gobierno. Rebasa
los límites geográficos del terruño en donde viven sus fieles y se vuelca allá
donde hay una necesidad que él puede aliviar o encauzar. En su vida resuena el
eco paulino de sentir la preocupación por todas las iglesias. Aún la organización
eclesiástica -distinta de la de hoy- no entiende de intromisiones; la acción
pastoral es aceptada como buena en cualquier terreno en donde hay cristianos.
Posiblemente el obispo Dionisio pensaba que si se puede
hacer el bien, es pecado no hacerlo. Todas las energías se aprovechan, porque
son pocos los brazos, es extenso el campo de labranza... y corto el tiempo.
Siendo la labor tan amplia, el estilo que impera es prestar atención espiritual
a los fieles cristianos donde quiera que se encuentren sin sentirse coartado
por el espacio; la jurisdicción territorial vino después. Él se siente
responsable de todos porque todos sirven al mismo Señor y tienen el mismo Dueño.
Los discípulos -pocos para lo que es el mundo- se tratan
mucho entre ellos, todo lo que pueden; traen y llevan noticias de unos y de
otros; todos se encuentran inquietos, ocupados por la suerte del
"misterio" y dispuestos siempre a darlo a conocer. Las dificultades
para el contacto son muchas, lentas y hasta peligrosas algunas veces, pero por
las vías van los carros y por los mares los veleros; lo que sirve a los hombres
para la guerra, las conquistas, la cultura o el dinero, el cristiano lo usa
—como uno más— para extender también el Reino. Se saben familia numerosa
esparcida por el universo; tienen intereses, dificultades, proyectos y anhelos
comunes ¡lógico que se sientan unidos en un entorno adverso en tantas
ocasiones!
Y en este sentido tuvo mucho que ver Corinto, —junto al
istmo y al golfo del mismo nombre— que en este tiempo es la ciudad más rica y
próspera de Grecia, aunque no llega al prestigio intelectual de Atenas. Corinto
es la sede de Dionisio; fue, no hace mucho, aquella iglesia que fundó san Pablo con
la predicación de los primeros tiempos y que luego atendió, vigiló sus pasos, guió
su vida y alentó su caminar. Tiene una situación privilegiada: es una ciudad
con dos puertos, un importante nudo de comunicaciones en donde se mezcla el
sabio griego con el comerciante latino y el rico oriental; allí viven
hermanadas la grandeza y el vicio, la avaricia, la trampa, la insidia y el
desconcierto; todas las razas tienen sitio y también los colores y los esclavos
y los dueños. El barullo de los mercados es trajín en los puertos. Hay
intercambio de culturas, de pensamiento.
Entre los miles que van vienen, de vez en cuando un
cristiano se acerca, contacta, trae noticias y lleva nuevas a otro sitio del
Imperio. ¡Cómo aprovechó Dionisio sus posibilidades! Porque resalta su
condición de escritor. Que se tengan noticias, mandó cartas a los cristianos
Lacedemonios, instruyéndoles en la fe y exhortándoles a la concordia y la paz;
a los Atenienses, estimulándoles para que no decaiga su fe; a los cristianos de
Nicomedia para impugnar muy eruditamente la herejía de Marción; a la iglesia de
Creta a la que da pistas para que sus cristianos aprendan a descubrir la
estrategia que emplean los herejes cuando difunden el error. En la carta que
mandó al Ponto, expone a los bautizados, enseñanzas sobre las Sagradas
Escrituras, les aclara la doctrina sobre la castidad y la grandeza del
matrimonio; también los anima para que sean generosos con aquellos pecadores
que, arrepentidos, quieran volver desde el pecado. Igualmente escribió carta a
los fieles de Roma en tiempos del papa Sotero; en ella, elogia los notables
gestos de caridad que tienen los romanos con los pobres y testifica su personal
veneración a los Vicarios de Cristo.
La vida de este obispo griego —incansable articulista—
terminó en el último tercio del siglo II.
Sin moverse de Corinto, ejerció un fecundo apostolado
epistolar que no conoció fronteras; el papel, la pluma y el mar Mediterráneo
fueron sus cómplices generosos en la difusión de la fe.
No hay comentarios:
Publicar un comentario