Lectura
del santo Evangelio según San Marcos 6, 30-34
En aquel tiempo los
Apóstoles volvieron a reunirse con Jesús, y le contaron todo lo que habían
hecho y enseñado. Él les dijo:
–Venid vosotros solos a un
sitio tranquilo a descansar un poco. Porque eran tantos los que iban y venían,
que no encontraban tiempo ni para comer.
Se fueron en barca a un
sitio tranquilo y apartado. Muchos los vieron marcharse y los reconocieron;
entonces de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les
adelantaron. Al desembarcar, Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos,
porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma.
Pautas
para la homilía
Nuestra vida es testimonio,
queramos o no
Cuando las cosas no van
como debieran, tendemos a pensar que la responsabilidad es de los demás. Es una
tentación en la que caemos con más frecuencia de lo que nos gustaría. Nos
cuesta asumir nuestra parte de responsabilidad, y no digamos de culpa (que no
son la misma cosa). Es una de las fragilidades fundamentales del ser humano,
tal y como nos recuerda el mito de Adán y Eva (Gn 3): Adán le echa la culpa a
Eva (que ya no es “carne de mi carne” sino “la mujer que me diste por
compañera”) y Eva le echa la culpa a la serpiente (la cual no tiene coartada).
Eludir responsabilidades
es una manifestación más propia del egoísmo: “¿acaso soy yo el guardián de mi
hermano?”, replicó a Dios Caín cuando le preguntó por Abel (Gn 4, 9b).
Preocuparse por uno mismo no debería significar despreocuparse de los demás.
El cuidado que hacemos (o
no hacemos) de nuestra propia vida y de aquellos que dependen de nosotros habla
de lo que abunda en nuestro corazón.
Responsabilidad y
esperanza
El profeta Jeremías lanza,
en nombre de Dios, un duro reproche a “los pastores que pastorean mi Pueblo”
porque han hecho dejación de sus responsabilidades. Jeremías se dirige a los
gobernantes de Israel cuya negligencia supuso el destierro a Babilonia,
destierro que Dios permitió (por eso afirma a la vez “las expulsasteis” y “las
expulsé”). Pero Dios no se limita a mirar, sino que actúa. El Pueblo le
pertenece a él, no a los gobernantes, por eso le rescatará, le dará pastores
fieles y enviará un Mesías, “un vástago legítimo” descendiente de David. David,
aquel pastor que Dios hizo rey, que gobernó como lo hará su descendiente:
"como rey prudente, hará justicia y derecho en la tierra”.
Las palabras de Jeremías
son una advertencia y una llamada a la esperanza. Por medio de ellas Dios sigue
recordándonos que somos responsables de los demás, no porque sean de nuestra
propiedad, sino porque son nuestros hermanos. Una advertencia que debemos tener
muy presente cuando tenemos personas a nuestro cargo (fieles, familiares,
empleados, alumnos, enfermos, ciudadanos…). Y una llamada a la esperanza
realizada ya en Cristo, en quien Dios mismo se ha hecho nuestro pastor. Jesús
es el modelo definitivo para asumir responsabilidades hacia los demás: es el
buen pastor, siendo suyas las ovejas nunca le guía otro interés que el bien de
ellas y siempre respeta su libertad, aunque ello le cueste la vida (Jn 10,
1-18).
La compasión
Jesús cuida de los
apóstoles, a quienes les ha encomendado un importante ministerio. Les procura
un tiempo y un lugar para el descanso. Hay mucho trabajo por hacer, pero para
ello hay que reponer fuerzas. La motivación última es la compasión: Jesús se
compadece de los apóstoles, que vuelven cansados de la misión a la que han sido
enviados, y también de la multitud “porque andaban como ovejas sin pastor; y se
puso a enseñarles con calma”. No le mueve un voluntarista sentido del deber que
le permite mantener la calma, sino la infinita misericordia con que Dios ama.
Un equilibrio que sólo es posible estando abierto a la gracia de Dios.
San Pablo nos habla en su
carta a los Efesios de cómo Jesucristo ha derribado la separación entre dos
pueblos: se refiere a la diferencia que los judíos establecían entre ellos y el
resto de los pueblos (los gentiles). En este pasaje insiste varias veces en la
transformación obrada por Jesucristo: ha sustituido el odio por la paz dando
origen a un único rebaño.
La resonancia en el
Evangelio de la profecía de Ezequiel es clara: Jesús es el Mesías prometido por
Dios que reúne a las ovejas dispersas. Ya no se trata de una dispersión
meramente geográfica, sino de la vuelta al Padre, que no quiere que se pierda
ni una sola de ellas.
D.
Ignacio Antón O.P.
Fraternidad de Atocha (Madrid)
Fraternidad de Atocha (Madrid)
https://www.dominicos.org/predicacion/homilia/22-7-2018/pautas/
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