Lectura del santo evangelio según san Mateo
(9,18-26)
En
aquel tiempo, mientras Jesús hablaba, se acercó un personaje que se arrodilló
ante él y le dijo: «Mi hija acaba de morir. Pero ven tú, ponle la mano en la
cabeza, y vivirá.» Jesús lo siguió con sus discípulos.
Entretanto,
una mujer que sufría flujos de sangre desde hacía doce años se le acercó por
detrás y le tocó el borde del manto, pensando que con sólo tocarle el manto se
curaría. Jesús se volvió y, al verla, le dijo: «¡Ánimo, hija! Tu fe te ha
curado.» Y en aquel momento quedó curada la mujer.
Jesús
llegó a casa del personaje y, al ver a los flautistas y el alboroto de la
gente, dijo: «¡Fuera! La niña no está muerta, está dormida.» Se reían de
él.
Cuando echaron a la gente, entró él, cogió a la niña de la mano, y ella se puso en pie. La noticia se divulgó por toda aquella comarca.
Cuando echaron a la gente, entró él, cogió a la niña de la mano, y ella se puso en pie. La noticia se divulgó por toda aquella comarca.
Reflexión del Evangelio de hoy
La
llevaré al desierto, le hablaré al corazón
Osadía
y libertad en el profeta Oseas. En su situación histórica, Oseas, sobre todo,
denuncia la infidelidad del pueblo al Señor, a la cual debe seguir el
correspondiente castigo (esquema que a veces también utilizamos nosotros). Pero
de manera sorprendente, y a partir de su experiencia personal, Oseas da un
salto en el vacío y es capaz de percibir la relación de Dios con su pueblo a
través del símbolo conyugal. Pensándolo fríamente, ¿no parecería escandaloso a
muchos para referirse a Dios?
Oseas,
hombre del que nos separan más de 2.700 años. Viviendo en una cultura de la que
formaban parte la violencia y la guerra. Y llega a poder intuir que la relación
de Dios con nosotros es, esencialmente, una relación de amor. De un amor
siempre fiel, que perdona y salva, que nos espera. Para Oseas, desde su
experiencia, el amor entrañable y a toda prueba, del esposo a la mujer que le
ha sido infiel.
Estremece
situarse ante Dios tratando de asumir esa realidad. De hecho, nuestras
celebraciones en algunos de los contextos en que vivimos, difícilmente pueden
sugerir la certeza del amor como esencia de nuestra relación con Dios.
Y yo,
personalmente, ¿anhelo la capacidad de exponerme a su mirada con la gozosa
emoción con que se espera a quien nos ama? ¿estoy en camino hacia esa relación
de amor que nos constituye y configura?
El
riesgo de nuestros muchos quehaceres que ocupan el tiempo y la mente, la
tentación de centrarnos en nosotros y nuestras cosas, la inconsciente ilusión
de controlar la vida, el olvido de que la posibilidad de “ser” implica la
relación… pueden convertirse en murallas que nos impiden transitar hacia el
Amor que se ofrece y espera.
Seguramente
necesitamos, nosotros también, que Él nos lleve al desierto y nos hable al
corazón. Y recuperar el amor primero que, madurando a lo largo de la vida,
deseamos que sea también nuestro amor último. Y disfrutar de tener un Dios que
se define desde el Amor.
Pensaba
que con sólo tocarle el manto se curaría
Mateo
nos relata, en versión abreviada respecto a los relatos de Marcos y Lucas, dos
intervenciones de Jesús en las que subraya la FE, como clave de acceso a la
vida en su sentido más hondo y pleno.
Jesús
devuelve a la vida. Son dos mujeres. Vulnerables por su condición de tales (sin
derechos), pero también por su situación vital. La niña está a las puertas de
la muerte. La mujer lleva muchos años padeciendo una enfermedad que no sólo
afecta a su salud física, sino que la convierte en marginada social por su
condición de impura.
La
niña no tiene capacidad para acudir a Jesús. Su padre, jefe de sinagoga según
los relatos de Marcos y Lucas, lo hace. Elige la posibilidad de la vida aunque
le cueste la desaprobación o la condena de los suyos.
La
mujer ha agotado las posibilidades de curación que estaban a su alcance. Jesús
aparece en su vida en un momento clave: las puertas se cerraban y parecía no
haber curación para su mal. E intuye, ¡por fin!, dónde puede encontrar su sanación.
Tocar la orla de su manto será suficiente.
Precioso
relato para ayudarnos a encontrar “nuestro lugar”. Aquí no podemos colocarnos
en el lugar de Jesús, como tantas veces intentamos al escuchar el evangelio.
Nuestra pretensión de “salvadores” nos lleva a olvidar que, fundamentalmente,
somos “salvados”.
¿Qué
situaciones de mi vida están necesitadas de sanación? ¿Me busco la vida por mi
cuenta? ¿Es Jesús mi esperanza verdadera y profunda, sin suplantarme ni
dispensarme de mi responsabilidad?
Hna. Gotzone Mezo
Aranzibia O.P.
Congregación Romana de Santo Domingo
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