Lectura del santo evangelio según san Mateo
12,46-50
En
aquel tiempo, estaba Jesús hablando a la gente, cuando su madre y sus hermanos
se presentaron fuera, tratando de hablar con él.
Uno
se lo avisó: «Oye, tu madre y tus hermanos están fuera y quieren hablar
contigo.»
Pero él contestó al que le avisaba: «¿Quién es mí madre y quiénes son mis hermanos?»
Y, señalando con la mano a los discípulos, dijo: «Éstos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre.»
Pero él contestó al que le avisaba: «¿Quién es mí madre y quiénes son mis hermanos?»
Y, señalando con la mano a los discípulos, dijo: «Éstos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre.»
Reflexión del Evangelio de hoy
¿Qué
Dios hay como tú?
El
perdón es un modo de ser divino. Pero es un modo de ser y vivir que puede ser
alcanzado en la semejanza del ser humano. El perdón es donar la inocencia. Es
un gesto de gratuidad. Quizás por ello, nos resulta imposible en estos tiempos
reconocerla en quien hace el mal. Sin embargo, la vida que tenemos en nuestras
manos no nos permite perdonar sin más. Sentimientos y heridas cristalizadas, no
depuradas, quedan como los pozos de nuestro vino vital que impiden el brindis
con nuestros enemigos: aquellos que por algún motivo se convirtieron en tales
porque nos infringieron un mal como experiencia.
Pero
hemos de preguntarnos: ¿Cómo resistiríamos vivir si no hubiera alguien que
amara nuestras miserias? Dice la lectura del profeta Miqueas que Dios se
complace en la misericordia. Dios se complace amándonos en nuestras miserias.
Volverá a compadecerse y extinguirá nuestras culpas. Arrojará a lo hondo del
mar todos nuestros delitos.
Mucha
gente recuerda con rencor todo lo acontecido en el pasado del dolor,
actualizando sus heridas, no dejando cicatrizarlas. Es importante volver a la
serenidad del tiempo para comprender que sólo en el olvido del dolor podrá
acontecer el perdón. No podremos olvidar las experiencias: sean buenas o malas
para nuestro vivir; pero, sí podremos olvidar el dolor. Nos podremos preguntar
qué es lo que nos mantiene en el rencor. Y con el tiempo, cuando las heridas
estén curadas, y aceptado nuestro pasado, vemos que es absurdo para nuestro
corazón mantenernos anclados en el rencor. El rencor se disipa cuando hacemos
uso de nuestros días cumplidos. Es decir, de aquellos días en los que hemos
concluido que nuestro dolor ha sido superado.
En la
experiencia del dolor, siempre miramos y recordamos a quien nos ha hecho daño,
pero no sucede lo mismo cuando el daño lo he infringido yo. Por eso, la
pregunta que hice más arriba: ¿cómo resistiríamos vivir si no hubiera alguien
que amara nuestras miserias? es más una pregunta que mira hacia la liberación
de la culpa que al situarme en la permanencia del rencor.
¿Quiénes
son mi madre y mis hermanos?
Jesús
no reniega de su familia; al contrario, amplía el concepto de madre y hermanos
porque implica el amor a muchos bajo una sola forma de comprender la maternidad
y la fraternidad: cumpliendo la voluntad del Padre del cielo.
Jesús
sitúa la maternidad y la fraternidad en el modo de ser de Dios. Dios es quien
nos da la vida, y la vida que tenemos está inserta en el modo de ser de Dios.
La voluntad de Dios, es comprender su compasión y misericordia como lenguaje
también humano.
Hoy
más que nunca, donde la celotipia sitúa a parejas de hecho y matrimonios en el
maltrato y la violencia doméstica, es necesario comprender el modo en que Dios
se relaciona con nosotros. El hombre y la mujer de hoy necesita de un
aprendizaje donde el rencor no sea la única palabra que conduce a la violencia
y a la aniquilación de mujeres e hijos. Cada vez más se oyen en las noticias
que las rupturas se resuelven con amenazas y hecho delictivos, donde el amor
supone una apropiación indebida de la libertad y la vida de los seres queridos.
La
mujer y los hijos no son propiedad de nadie. La vida de ambos es, por encima de
todo, sagrada; la falta del amor, la ruptura no nos da derecho para quitar la
vida. Es el odio y el rencor que quedan anclados en el tiempo de forma
patológica lo que impide dejar libres a nuestros seres queridos. Ese tipo de
celotipia es una enfermedad, la perversión del amor y el perdón. Esa forma de
amar es someter a la voluntad de una persona enferma la vida que Dios nos ha
donado.
Fr. Alexis González
de León O.P.
Convento de San Pablo y San Gregorio (Valladolid)
Convento de San Pablo y San Gregorio (Valladolid)
https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/24-7-2018/
No hay comentarios:
Publicar un comentario