Lectura del santo evangelio según san Mateo
12, 14-21
En
aquel tiempo, los fariseos planearon el modo de acabar con Jesús. Pero Jesús se
enteró, se marchó de allí, y muchos le siguieron. Él los curó a todos,
mandándoles que no lo descubrieran. Así se cumplió lo que dijo el profeta
Isaías: «Mirad a mi siervo, mi elegido, mi amado, mi predilecto. Sobre él he
puesto mi espíritu para que anuncie el derecho a las naciones. No porfiará, no
gritará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, el pábilo
vacilante no lo apagará, hasta implantar el derecho; en su nombre esperarán las
naciones.»
Reflexión del Evangelio de hoy
El
primado corresponde a Dios
Dios,
al crearnos nos dotó de muchos bienes, entre ellos nos dio la libertad,
que, podemos usarla para hacer el bien, pareciéndonos de este modo a Dios
nuestro Padre. O, podemos utilizarla egoístamente buscando nuestros intereses,
ignorando los de lo nuestros hermanos, dejándolos en el rincón del olvido,
convirtiéndonos así en esclavos de nuestros propios caprichos, alejándonos, con
ello, del modelo de vida que nos dejó Cristo Jesús.
Si
permitimos que únicamente la lógica humana sea la guía de nuestro diario vivir,
buscaremos, con frecuencia, tener nosotros el poder y el dominio de todo. De
este modo querremos construir con nuestras propias fuerzas la torre de Babel
para, como en los primeros tiempos, alcanzar por nosotros mismos “la
altura de Dios”, «para ser como Dios.»
La
Encarnación del Hijo de Dios, y su muerte en cruz nos recuerdan que, nuestra
realización plena, está en la conformación de nuestra propia voluntad
humana a la Voluntad de Dios nuestro Padre, en vaciarnos del propio egoísmo,
para llenarnos del Amor, de la Caridad de Dios, y así llegar a ser realmente
capaces de amar a los demás.
No
nos encontraremos a nosotros mismos permaneciendo cerrados en nosotros
mismos, afirmándonos a nosotros mismos. Sólo nos encontraremos a nosotros
mismos saliendo de nosotros mismos.
Adán
quiso imitar a Dios, cosa que en sí misma no está mal, pero se equivocó en la
idea que se hizo de Dios, porque Dios no es alguien que quiere la grandeza. No.
Dios es amor que se entrega en la Trinidad y luego se nos da en la creación.
Por tanto imitar a Dios quiere decir salir de nosotros mismos,
entregándonos a nuestros hermanos por medio del Amor.
Para
ello, es necesario tener una escala de valores en la que el primado corresponda
a Dios, para afirmar con san Pablo: «Todo lo considero pérdida comparado con la
excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor» (Flp 3, 8). El encuentro
con Jesús Resucitado nos hará comprender que Él es el único tesoro por el cual
vale la pena gastar la propia existencia.
Cristo,
nuestro modelo
Una
vez más, vemos a Cristo como modelo de humildad y de gratuidad: de Él
aprendemos la paciencia en las tentaciones, la mansedumbre en las ofensas, la
obediencia a Dios en el dolor, comprobando de este modo que nuestro
verdadero bien es: estar cerca de Él.
Cuando
Jesús recorría los caminos de Galilea anunciando el reino de Dios y curando a
muchos enfermos, sentía compasión de las muchedumbres.
El
verdadero remedio para las heridas de nuestro mundo (sean heridas materiales,
como el hambre y las injusticias, o sean psicológicas y morales, causadas
por un falso bienestar) es una regla de vida basada en el amor fraterno, que
tiene su manantial en el amor de Dios. Por esto es necesario abandonar el
camino de la arrogancia, de la violencia utilizada para ganar posiciones de
poder cada vez mayores, para asegurarnos el éxito humano a toda costa. También
es necesario renunciar al estilo agresivo para adoptar una razonable actitud de
mansedumbre.
Pero
sobre todo en las relaciones humanas, interpersonales, sociales, la norma del
respeto y de la no violencia, es decir, la fuerza de la verdad contra todo
abuso, es la que nos puede asegurar un futuro social digno del hombre.
Seamos
prudentes y sabios, edifiquemos nuestra vida sobre el cimiento firme que es
Cristo. Esta sabiduría y prudencia guiará nuestros pasos, nada nos hará temblar
y en nuestro corazón reinará la paz.
Entonces
seremos bienaventurados, dichosos, nuestra alegría nadie podrá quitárnosla,
porque Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, que da consistencia a todo el
universo, es la roca que sostiene todo el edificio de nuestra vida.
Al
edificar sobre la roca firme, no solamente nuestra vida será sólida y estable,
sino que contribuirá a proyectar la luz de Cristo en nuestros ambientes y en
toda la humanidad, mostrando una alternativa válida a tantos como se han venido
abajo en la vida, porque los fundamentos de su existencia eran inconsistentes.
Seguir
al Señor requiere siempre de nosotros una profunda conversión, un cambio en el
modo de pensar y de vivir, abriendo el corazón a la escucha para dejarnos
iluminar y transformar interiormente, porque la lógica de Dios es siempre otra
respecto a la nuestra.
Que
Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, nos ayude a aprender constantemente
de la humildad Cristo, sin ambicionar el poder y la arrogancia humana, sino
poniéndonos siempre al servicio de los demás. Que así sea.
Monjas Dominicas
Contemplativas
Monasterio de Santa Catalina de Siena (Paterna)
Monasterio de Santa Catalina de Siena (Paterna)
https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/21-7-2018/
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