Día litúrgico: Jueves XI del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Mt 6,7-15): En aquel tiempo,
Jesús dijo a sus discípulos: «Al orar, no charléis mucho, como los gentiles,
que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados. No seáis como ellos,
porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo.
»Vosotros, pues, orad así: ‘Padre nuestro que estás en los
cielos, santificado sea tu Nombre; venga tu Reino; hágase tu Voluntad así en la
tierra como en el cielo. Nuestro pan cotidiano dánosle hoy; y perdónanos
nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores; y no
nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal’. Que si vosotros perdonáis a
los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre
celestial; pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará
vuestras ofensas».
Comentario: Rev. D. Joan MARQUÉS i Suriñach
(Vilamarí, Girona, España).
Si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os
perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial
Hoy, Jesús nos propone un ideal grande y difícil: el
perdón de las ofensas. Y establece una medida muy razonable: la nuestra: «Si
vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros
vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro
Padre perdonará vuestras ofensas» (Mt 6,14-15). En otro lugar había mostrado la
regla de oro de la convivencia humana: «Tratad a los demás como queráis que
ellos os traten a vosotros» (Mt 7,12).
Queremos que Dios nos perdone y que los demás también lo
hagan; pero nosotros nos resistimos a hacerlo. Cuesta pedir perdón; pero darlo
todavía cuesta más. Si fuéramos humildes de veras, no nos sería tan difícil;
pero el orgullo nos lo hace trabajoso. Por eso podemos establecer la siguiente
ecuación: a mayor humildad, mayor facilidad; a mayor orgullo, mayor dificultad.
Esto te dará una pista para conocer tu grado de humildad.
Acabada la guerra civil española (año 1939), unos
sacerdotes excautivos celebraron una Misa de acción de gracias en la iglesia de
Els Omells. El celebrante, tras las palabras del Padrenuestro «perdona nuestras
ofensas», se quedó parado y no podía continuar. No se veía con ánimos de
perdonar a quienes les habían hecho padecer tanto allí mismo en un campo de
trabajos forzados. Pasados unos instantes, en medio de un silencio que se podía
cortar, retomó la oración: «así como nosotros perdonamos a los que nos
ofenden». Después se preguntaron cuál había sido la mejor homilía. Todos
estuvieron de acuerdo: la del silencio del celebrante cuando rezaba el
Padrenuestro. Cuesta, pero es posible con la ayuda del Señor.
Además, el perdón que Dios nos da es total, llega hasta el
olvido. Marginamos muy pronto los favores, pero las ofensas... Si los
matrimonios las supieran olvidar, se evitarían y se podrían solucionar muchos
dramas familiares.
Que la Madre de la Misericordia nos ayude a comprender a los
otros y a perdonarlos generosamente.
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