Día litúrgico: Solemnidad del Cuerpo y de la Sangre de Cristo (A)
Texto del Evangelio (Jn 6,51-58): En aquel tiempo,
Jesús dijo a los judíos: «Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de
este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la
vida del mundo».
Discutían entre sí los judíos y decían: «¿Cómo puede éste
darnos a comer su carne?». Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: si no
coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros.
El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el
último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo
que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me
coma vivirá por mí. Éste es el pan bajado del cielo; no como el que comieron
vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre».
Comentario: Mons. Agustí CORTÉS i Soriano,
Obispo de Sant Feliu de Llobregat (Barcelona, España).
Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este
pan, vivirá para siempre
Hoy, todo el mensaje que hemos de escuchar y vivir está
contenido en “el pan”. El capítulo sexto del Evangelio según san Juan refiere
el milagro de la multiplicación de los panes, seguido de un gran discurso de
Jesús, uno de cuyos fragmentos escuchamos hoy. Nos interesa mucho entenderle,
no sólo para vivir la fiesta del “Corpus” y el sacramento de la Eucaristía,
sino también para comprender uno de los mensajes centrales de su Evangelio.
Hay multitudes hambrientas que necesitan pan. Hay toda una
humanidad abocada a la muerte y al vacío, carente de esperanza, que necesita a
Jesucristo. Hay un Pueblo de Dios creyente y caminante que necesita encontrarle
visiblemente para seguir viviendo de Él y alcanzar la vida. Tres clases de
hambre y tres experiencias de saciedad, que corresponden a tres formas de pan:
el pan material, el pan que es la persona de Jesucristo y el pan eucarístico.
Sabemos que el pan más importante es Jesucristo. Sin Él no
podemos vivir de ninguna manera: «Separados de mí no podéis hacer nada» (Jn
15,5). Pero Él mismo quiso dar de comer al hambriento y, además, hizo de ello
un imperativo evangélico fundamental. Seguramente pensaba que era una buena
manera de revelar y verificar el amor de Dios que salva. Pero también quiso
hacerse accesible a nosotros en forma de pan, para que, quienes aún caminamos
en la historia, permanezcamos en ese amor y alcancemos así la vida.
Quería ante todo enseñarnos que hemos de buscarle y vivir
de Él; quiso demostrar su amor dando de comer al hambriento, ofreciéndose
asiduamente en la Eucaristía: «El que coma este pan vivirá para siempre» (Jn
6,58). San Agustín comentaba este Evangelio
con frases atrevidas y plásticas: «Cuando se come a Cristo, se come la vida
(…). Si, pues, os separáis hasta el punto de no tomar el Cuerpo ni la Sangre
del Señor, es de temer que muráis».
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