Ricardo Sada Fernández
26 febrero 2008
Sección: Conoce tu fe
¿Por qué es un Misterio? ¿Es verdad que el hombre no puede
llegar a comprenderlo? A través de éste artículo pretendemos dar a conocer la explicación que da la
teología al respecto.
Muy conocida es la anécdota de la vida de San Agustín
cuando, meditando cierto día sobre el misterio de la Santísima Trinidad, se
encontró a un niño que pretendía con una concha vaciar el mar en un pequeño
agujero. Dios le daba a entender así la desproporción de querer penetrar en la
profundidad de Sus Misterios con la capacidad de una mente creada.
Hay un límite a lo que la razón humana -aun en condiciones
óptimas- puede captar y entender. Dado que Dios es un Ser infinito, ningún
intelecto creado, por dotado que esté, puede abarcar su insondable grandeza.
La más profunda de las verdades de fe es ésta: habiendo un
solo Dios, existen en Él tres Personas distintas -Padre, Hijo y Espíritu
Santo-. Hay una sola naturaleza divina, pero tres Personas divinas. En lo
creado, a cada “naturaleza” corresponde siempre una “persona”. Si hay cuatro
personas en una oficina, cuatro naturalezas humanas están presentes; si sólo
está una naturaleza humana presente, hay una sola persona. Así, cuando tratamos
de pensar en Dios como tres Personas con una y la misma naturaleza, nos
encontramos como dando de topes contra la pared.
Aunque esta verdad (y otras que después veremos) no quepan
dentro de lo limitado de nuestras facultades, no por eso dejan de ser verdades
y realidades. Las creemos no porque las descubra la razón, sino porque Dios nos
las ha manifestado, y Él es infinitamente sabio y veraz. Para captarlas mejor
tenemos que esperar a que Él se nos manifieste del todo en el cielo.
Sin embargo, los teólogos se han esforzado para
explicarnos algunas cosas. Nos dicen que la distinción entre las tres Personas
divinas se basa en la relación que existe entre ellas.
Veamos cómo razonan:
En primer lugar, consideremos a Dios Padre. Éste, con su
infinita sabiduría, al conocerse a Sí mismo, formula un pensamiento de Sí
mismo. Tú y yo, muchas veces, hacemos una cosa parecida. Cuando piensas en ti
(o yo en mí), lo que haces es formarte un concepto sobre el propio yo “Juan
López”, o “María Pérez”, es decir, “aquello que eres tú para ti mismo”.
Sin embargo, hay una diferencia muy grande entre nuestro
propio conocimiento y el de Dios sobre Sí mismo. Nuestro conocimiento propio es
imperfecto, incompleto (“nadie es buen juez en causa propia”). E incluso, si
nos conociéramos perfectamente, -es decir, si nuestro concepto sobre el propio
yo fuera una clarísima reproducción de nosotros mismos-, tan sólo sería un
pensamiento que no saldría de nuestro interior, sin existencia independiente,
sin vida propia. El pensamiento cesaría de existir, aun en mi mente, tan pronto
como volviera mi atención a otro asunto.
Tratándose de Dios, las cosas son muy distintas. Su
pensamiento sobre Sí mismo es perfectísimo: abarca completamente todos y cada
uno de los aspectos de su infinitud. Pero un pensamiento perfectísimo, para que
de verdad lo sea, ha de tener existencia propia (si puede desaparecer, le
faltaría esa perfección). Tal fuerza tiene Su pensamiento, es tan infinitamente
completo y perfecto, que lo ha re-producido con existencia propia. La imagen
que Dios ve de Sí mismo, la Palabra silenciosa con que eternamente se expresa a
Sí mismo, debe tener una existencia propia, distinta. A este Pensamiento vivo
en que Dios se expresa a Sí mismo perfectamente lo llamamos Dios Hijo. Dios
Padre es Dios conociéndose a Sí mismo; Dios Hijo es la expresión del
conocimiento que Dios tiene de Sí. Por ello, la segunda Persona de la Santísima
Trinidad es llamada Hijo, precisamente porque es generado por toda la
eternidad, engendrado en la mente divina del Padre.
Además, como esa generación es intelectual, se le llama
“Verbo” es decir, “Palabra”. Dios Hijo es la “Palabra interior” que Dios Padre
pronuncia cuando su infinita sabiduría conoce su esencia infinita.
Aunque en este punto ya habremos tenido necesidad de poner
a trabajar la mente un poco más que de ordinario, hagamos un esfuerzo adicional
para ver cómo nos explican los teólogos la realidad del Espíritu Santo.
Dios Padre (Dios conociéndose a Sí mismo) y Dios Hijo (el
conocimiento de Dios sobre Sí mismo) contemplan la naturaleza que ambos poseen
en común. Al verse (estamos hablando, claro está, de modo humano), contemplan
en esa naturaleza lo bello y lo bueno en grado infinito. Y como lo bello y lo
bueno producen amor, la Voluntad divina mueve a ambas Personas a un acto de
amor infinito, de la Una hacia la Otra. Ya que el amor de Dios a Sí mismo, como
el conocimiento de Dios de Sí mismo, son de la misma naturaleza divina, tiene
que ser un amor vivo. Este amor infinitamente perfecto, infinitamente intenso,
que dimana eternamente del Padre y del Hijo es el que llamamos Espíritu Santo
“que procede del Padre y del Hijo”. Es la tercera persona de la Santísima
Trinidad. El Espíritu Santo es el “Amor Subsistente”, el “Amor hecho Persona”.
Tal es el misterio de la Santísima Trinidad: tres Personas
distintas en un solo Dios verdadero.
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