El Papa Francisco dejó este mensaje a los agustinos
inaugurando ayer por la tarde, con una misa en la basílica de San Agustín, en
el centro de Roma, el 184º Capítulo General de la Orden.
Homilía completa del Santo Padre
“Nos has hecho para ti e inquieto es nuestro corazón,
hasta que no repose en ti” (Las Confesiones, I,1,1). Con estas palabras,
vueltas célebres san Agustín se dirige a Dios en las Confesiones, y en estas
palabras esta la síntesis de toda su vida.
‘Inquietud’. Esta palabra me impacta y me hace
reflexionar. Quisiera partir de una pregunta: ¿qué inquietud fundamental vive
Agustín en su vida? O quizás debería decir: ¿cuáles inquietudes nos invita a
suscitar y a mantener vivas en nuestra vida este gran hombre y santo? Propongo tres: la inquietud de la búsqueda
espiritual, la inquietud del encuentro con Dios, la inquietud del amor.
1. La primera: La inquietud de la
búsqueda espiritual. Agustín vive una experiencia bastante común el día de hoy,
bastante común entre los jóvenes de hoy. Es educado por la mama Mónica en la fe
cristiana, también si no recibe el Bautismo, pero creciendo se aleja, no
encuentra en ella la respuesta a sus preguntas, a los deseos de su corazón, y
es atraído por otras propuestas. Entra entonces en el grupo de los maniqueos,
se dedica con empeño a sus estudios, no renuncia a la diversión despreocupada,
a los espectáculos de ese tiempo, estrechas amistades, conoce el amor intenso y
emprende una brillante carrera de maestro de retórica que lo lleva hasta la
corte imperial de Milán. Agustín es un hombre ‘logrado’, tiene todo, pero en su
corazón permanece la inquietud de la búsqueda del sentido profundo de la vida;
su corazón no está adormecido, diría no está anestesiado por el éxito, por las
cosas, por el poder. Agustín no se cierra en sí mismo, no se acomoda, continua
a buscar la verdad, el sentido de la vida, continua a buscar el rostro de Dios.
Ciertamente comete errores, toma también caminos equivocados, peca, es un
pecador; pero no pierde la inquietud de la búsqueda espiritual. Y de esta forma
descubre que Dios lo esperaba, es más, que jamás había dejado de buscarlo el
primero. Quisiera decir a quien se siente indiferente hacia Dios, hacia la fe,
a quien esta lejos de Dios o lo ha abandonado, también a nosotros, con nuestras
‘lejanías’ y nuestros ‘abandonos’ hacia Dios, pequeños quizás, pero hay tantos
en la vida cotidiana: mira en el profundo de tu corazón, mira en el íntimo de
ti mismo, y pregúntate: ¿tienes un corazón que desea algo grande o un corazón
adormecido por las cosas? ¿Tu corazón ha conservado la inquietud de la búsqueda
o lo has dejado sofocar por las cosas, que terminan por atrofiarlo? Dios te
espera, te busca: ¿qué cosa respondes? ¿Te has dado cuenta de esta situación de
tu alma? ¿O bien duermes? ¿Crees que Dios te espera o para ti esta verdad son
sólo ‘palabras’?
2. En Agustín es precisamente esta
inquietud del corazón la que lo lleva al encuentro personal con Cristo, lo
lleva a entender que aquel Dios que buscaba lejos de sí, es el Dios cercano
todo ser humano, el Dios cercano a nuestro corazón, más íntimo a nosotros que
nosotros mismos. Pero también en el descubrimiento y en el encuentro con Dios,
Agustín no se detiene, no se acomoda, no se cierra en sí mismo como quien ya ha
llegado, sino que continúa el camino. La inquietud de la búsqueda de la verdad,
de la búsqueda de Dios, se vuelve en la inquietud de conocerlo cada vez más y
de salir de sí mismo para hacerlo conocer a los demás. Es precisamente la
inquietud del amor. Quisiera una vida tranquila de estudio y de oración, pero
Dios lo llama a ser Pastor en Hipona, en un momento difícil, con una comunidad
dividida y la guerra a las puertas. Y Agustín se deja inquietar por Dios, no se
cansa de anunciarlo, de evangelizar con coraje, sin temor, busca ser imagen de
Jesús Buen Pastor que conoce sus ovejas (cfr Jn 10,14), es más, como amo
repetir, que ‘siente el olor de su rebano’ y sale a buscar aquellas perdidas.
Agustín vive aquello que san Pablo indica a Timoteo y a cada uno de nosotros:
anuncia la palabra, insiste al momento oportuno y no oportuno, anuncia el
Evangelio con el corazón magnánimo, grande (cfr 2 Tm 4,2) de un Pastor que es
inquieto por sus ovejas. El tesoro de Agustín es justamente esta actitud: salir
siempre hacia Dios, salir siempre hacia la grey… es un hombre en tensión con
estas dos salidas... no ‘privatizar’ el amor… ¡siempre en camino! ¡Siempre
inquieto! Y esta es la paz de la inquietud. Podemos preguntarnos: ¿soy inquieto
por Dios, para anunciarlo, para hacerlo conocer? ¿O me dejo fascinar por
aquella mundanidad espiritual que empuja a hacer todo por amor de si mismos?
Nosotros consagrados pensamos a los intereses personales, al funcionalismo de
la obras, a la carrera… beh, podemos pensar tantas cosas… ¿Me he, por así decir, ‘acomodado’ en mi vida cristiana, en mi vida sacerdotal, en mi vida religiosa,
también en mi vida de comunidad, o conservo la fuerza de la inquietud por Dios,
por su Palabra, que me lleva a ‘salir’, hacia los demás?
3. Aquí no puedo dejar de mirar a
la mamá, ésta Mónica. ¡Cuántas lágrimas ha derramado aquella santa mujer por la
conversión del hijo! Y también hoy ¡cuantas mamas derraman lágrimas porque los
propios regresen a Cristo! ¡No pierdan la esperanza en la gracia de Dios! En
las Confesiones leemos esta frase que un obispo dice a santa Mónica, la cual
pedía ayudar a su hijo a reencontrar el camino de la fe: ‘No es posible que un
hijo de tantas lágrimas perezca’ (III,12,21). El mismo Agustín, luego de la
conversión, dirigiéndose a Dios, escribe: ‘por amor mío lloraba ante ti mi
madre, toda fiel derramando más lágrimas de cuantas hayan jamás derramado las
madres por la muerte física de sus hijos’ (ibid., III,11,19). ¡Mujer inquieta,
esta mujer! Que al final dice aquella hermosa palabra: ¡cumulatius hoc mihi
Deus praestitit! (Mi Dios me ha recompensado ampliamente). Aquello por lo cual
ella lloraba, ¡Dios se lo había dado abundantemente! Y Agustín es heredero de
Mónica, de ella recibe la semilla de la inquietud. He aquí, entonces, la inquietud
del amor: buscar siempre, sin descanso, el bien del otro, de la persona amada,
con aquella intensidad que lleva también a las lágrimas. Me vienen a la mente
Jesús que llora ante el sepulcro de amigo Lázaro, Pedro que, después de haber
renegado a Jesús encuentra su mirada rica de misericordia y de amor y llora
amargamente, el Padre que espera el regreso del hijo y cuando está aún lejos le
corre al encuentro; me viene a la mente la Virgen María que con amor sigue al
Hijo Jesús hasta la Cruz. ¿Cómo somos con la inquietud del amor? ¿Creemos en el
amor a Dios y a los demás o somos nominalistas en esto? No de forma abstracta,
no sólo las palabras, sino el hermano concreto que encontramos, ¡el hermano que
está a nuestro lado! ¿Nos dejamos inquietar por sus necesidades o permanecemos
cerrados en nosotros mismos, en nuestras comunidades, que muchas veces son para
nosotros ‘comunidad-comodidad’? A veces se puede vivir en un apartamento sin
conocer quien vive al lado; o también se puede estar en comunidad, sin conocer
verdaderamente al propio hermano: pienso con dolor a los consagrados que no son
fecundos, que son ‘solterones’. La inquietud del amor empuja siempre a ir al
encuentro del otro, sin esperar que sea el otro quien manifieste su necesidad.
La inquietud del amor nos regala el don de la fecundidad pastoral, y debemos
preguntarnos –cada uno de nosotros– ¿cómo va mi fecundidad espiritual, mi
fecundidad pastoral?
Pidamos al Señor por ustedes, queridos Agustinos, que
inician el Capitulo General, y por todos nosotros, que conserve en nuestro
corazón la inquietud espiritual de buscarlo siempre, la inquietud de anunciarlo
con coraje, la inquietud del amor hacia cada hermano y hermana. Así sea.
(RC-RV)
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