Zaragoza
(España), sábado 6 de noviembre de 1982
Queridos enfermos,
1. En el marco de mi visita
al Pilar de Zaragoza, para el acto mariano nacional, tiene lugar este encuentro
del Papa con los enfermos. Es para mí uno de los más importantes de mi
viaje apostólico. Porque en vosotros me encuentro de manera especial con
Cristo que sufre, con Cristo que pasó curando a los enfermos, que se identifica
de tal modo con vosotros que considera hecho a El mismo lo que a vosotros se
hace. Volved a leer en un momento de paz alguna de las páginas del Evangelio
que se refieren a vosotros (Cf. Mt 8-9; 15; 25, 32-40).
Sois pocos los aquí
presentes, pero representáis a todos los enfermos de España. Tanto a los que
yacen en un instituto sanitario público o privado, como a los que están en sus
casas, en la calma, en la silla de ruedas, en su inmóvil asiento o que caminan
bajo el peso de la enfermedad.
Quisiera en este momento
tener miles de manos que se alargaran a estrechar cada una de las vuestras,
preguntaros cómo estáis, compartir al menos por un momento vuestras ansias y
sufrimientos, y dejaros una palabra de aliento y un abrazo de hermano. Cada uno
de los que me veis a través de la televisión o me oís por la radio, sentidme
intencionalmente a vuestro lado.
2. Vosotros que vivís bajo
la prueba, que os enfrentáis con el problema de la limitación, del dolor y de
la soledad interior frente a él, no dejéis de dar un sentido a esa
situación. En la cruz de Cristo, en la unión redentora con El, en el
aparente fracaso del Hombre justo que sufre y que con su sacrificio salva a la
humanidad, en el valor de eternidad de ese sufrimiento está la respuesta. Mirad
hacia El, hacia la Iglesia y el mundo y elevad vuestro dolor, completando con
El, hoy, el misterio salvador de su cruz.
Tiene un gran valor
sobrenatural vuestro sufrimiento. Y sois además para nosotros una
constante lección, que nos invita a relativizar tantos valores y formas de
vida. Para vivir mejor los valores del Evangelio y desarrollar la solidaridad,
la bondad, la ayuda, el amor.
Por eso no consideréis
inútil vuestro estado, que tiene para la Iglesia y para el mundo de hoy un gran
sentido humanizante, evangelizador, expiatorio e impetratorio. Sobre todo si
vosotros mismos adoptáis una actitud abierta, creadora dentro de lo posible y
positiva, ante la acción de la gracia que actúa en vuestro espíritu.
3. Pero no puedo detenerme
sólo en vosotros. Al pensar en vuestra condición, pienso espontáneamente en
vuestras familias, en los profesionales y trabajadores sanitarios, en las religiosas,
religiosos y sacerdotes del mundo de la sanidad. En todos los que, en el
complejo ámbito de la sociedad actual, se dedican a la atención del enfermo.
Es una misión de
extraordinario valor, que hay que vivir como verdadera opción vocacional, con
gran sentido ético de solidaridad y respeto al hombre enfermo, sin olvidar la
dimensión trascendente y religiosa del ser humano.
Vaya mi palabra de ánimo a
cuantos trabajan en este campo que requiere tanta sensibilidad humana y
espiritual, para estar en sintonía con las exigencias y expectativas del
enfermo. Con mi gozo y aplauso a las casi 13.000 religiosas y 2.000 sacerdotes
y religiosos que prestan su labor en el campo de asistencia sanitaria, sobre
todo en los sectores más desatendidos de enfermos mentales, crónicos,
desahuciados, minusválidos y ancianos.
4. Para dar una eficacia
mayor a la pastoral entre los enfermos, es necesario que toda la comunidad
cristiana se sienta llamada a colaborar en esa tarea.
Ahí tienen su puesto los
miembros de los organismos eclesiales o religiosos, asociaciones y movimientos
seglares católicos; ahí tienen su lugar las parroquias, llamadas a impulsar
grupos específicos de apostolado y de voluntariado de ayuda a los enfermos. Así
la comunidad cristiana hará presente en nuestra sociedad, crecientemente
secularizada, el amor cristiano.
5. A la Virgen Santísima del Pilar encomiendo las intenciones y necesidades de cada enfermo -hombre o
mujer, niño o adulto- de España, así como las de cuantos se dedican al cuidado
de los enfermos y a la asistencia sanitaria. Sobre todos invoco la serenidad,
la esperanza de las bienaventuranzas, la mejoría en su salud y a todos bendigo
de corazón, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
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