jueves, 15 de agosto de 2013

Comentario al Cántico de la Virgen María, el Magníficat


El Evangelio según San Lucas nos dice que, cuando el ángel anunció a María el misterio de la Encarnación, le dijo también que su pariente Isabel había concebido un hijo en su vejez, y ya estaba de seis meses aquella a quien llamaban estéril. Poco después, María se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá, Ain Karim, seis kilómetros al oeste de Jerusalén y a tres o cuatro días de viaje desde Nazaret. Llegada a su destino, entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. ¡Dichosa tú, que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá».

El saludo profético y la bienaventuranza de Isabel despertaron en María un eco, cuya expresión exterior es el himno que pronunció a continuación, el Magníficat, canto de alabanza a Dios por el favor que le había concedido a ella y, por medio de ella, a todo Israel. María, en efecto, dijo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor... porque ha mirado la humillación de su esclava... Auxilia a Israel, su siervo,… y su descendencia por siempre».


El evangelista San Lucas no nos ha dejado más detalles de la visita de la Virgen a su prima Isabel, simplemente añade que María permaneció con ella unos tres meses, y se volvió a su casa de Nazaret.


Muchos son los temas de meditación que ofrece este misterio. Conocido el embarazo de Isabel, María marchó presurosa a felicitarla, a celebrar y compartir con ella la alegría de una maternidad largo tiempo deseada y suplicada: ¡qué lección a cuantos descuidamos u olvidamos acompañar a los demás en sus alegrías! El encuentro de estas dos santas mujeres, madres gestantes por intervención especial del Altísimo, sus cantos de alabanza y acción de gracias, y las escenas que legítimamente podemos imaginar a partir de los datos evangélicos, constituyen un misterio armonioso de particular ternura y embeleso humano y religioso: parece como la fiesta de la solidaridad y ayuda fraterna, del compartir alegrías y bienaventuranzas, del cultivar la amistad e intimidad entre quienes tienen misiones especiales en el plan de salvación. Sería delicioso conocer sus largas horas de diálogo, sus confidencias mutuas, sus plegarias y oraciones, sus conversaciones sobre los caminos por los que Yahvé las llevaba y sobre el futuro que podían vislumbrar para ellas y para sus hijos. Podemos pensar que, de alguna manera, se resumen en la bienaventuranza que Isabel dirigió a María, y en el cántico de acción de gracias por el pasado, el presente y el futuro, que ésta elevó al Todopoderoso. Y todo ello constituye un magnífico programa para ir configurando nuestro corazón y nuestro espíritu.

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