Día litúrgico: Lunes XXI del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Mt 23,13-22): En aquel tiempo,
Jesús dijo: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que cerráis a los
hombres el Reino de los Cielos! Vosotros ciertamente no entráis; y a los que
están entrando no les dejáis entrar. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos
hipócritas, que recorréis mar y tierra para hacer un prosélito, y, cuando llega
a serlo, le hacéis hijo de condenación el doble que vosotros! ¡Ay de vosotros,
guías ciegos, que decís: ‘Si uno jura por el Santuario, eso no es nada; mas si
jura por el oro del Santuario, queda obligado!’ ¡Insensatos y ciegos! ¿Qué es
más importante, el oro, o el Santuario que hace sagrado el oro? Y también: ‘Si
uno jura por el altar, eso no es nada; mas si jura por la ofrenda que está
sobre él, queda obligado’. ¡Ciegos! ¿Qué es más importante, la ofrenda, o el
altar que hace sagrada la ofrenda? Quien jura, pues, por el altar, jura por él
y por todo lo que está sobre él. Quien jura por el Santuario, jura por él y por
Aquel que lo habita. Y quien jura por el cielo, jura por el trono de Dios y por
Aquel que está sentado en él».
Comentario: P. Raimondo M. SORGIA Mannai OP (San Domenico
di Fiesole, Florencia, Italia).
¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que
cerráis a los hombres el Reino de los Cielos!
Hoy, el Señor nos quiere iluminar sobre un concepto que en
sí mismo es elemental, pero que pocos llegan a profundizar: guiar hacia un
desastre no es guiar a la vida, sino a la muerte. Quien enseña a morir o a
matar a los demás no es un maestro de vida, sino un “asesino”.
El Señor hoy está —diríamos— de malhumor, está justamente
enfadado con los guías que extravían al prójimo y le quitan el gusto del vivir
y, finalmente, la vida: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que
recorréis mar y tierra para hacer un prosélito, y, cuando llega a serlo, le
hacéis hijo de condenación el doble que vosotros!» (Mt 23,15).
Hay gente que intenta de verdad entrar en el Reino de los
cielos, y quitarle esta ilusión es una culpa verdaderamente grave. Se han
apoderado de las llaves de entrada, pero para ellos representan un “juguete”,
algo llamativo para tener colgado en el cinturón y nada más. Los fariseos
persiguen a los individuos, y les “dan la caza” para llevarlos a su propia
convicción religiosa; no a la de Dios, sino a la propia; con el fin de
convertirlos no en hijos de Dios, sino del infierno. Su orgullo no eleva al
cielo, no conduce a la vida, sino a la perdición. ¡Que error tan grave!
«Guías —les dice Jesús— ciegos, que coláis el mosquito y
os tragáis el camello» (Mt 23,24). Todo está trocado, revuelto; el Señor
repetidamente ha intentado destapar las orejas y desvelar los ojos a los
fariseos, pero dice el profeta Zacarías: «Ellos no pusieron atención, volvieron
obstinadamente las espaldas y se taparon las orejas para no oír» (Za 7,11).
Entonces, en el momento del juicio, el juez emitirá una sentencia severa:
«¡Jamás os conocí; apartaos de mí, agentes de iniquidad!» (Mt 7,23). No es
suficiente saber más: hace falta saber la verdad y enseñarla con humilde
fidelidad. Acordémonos del dicho de un auténtico maestro de sabiduría, santo Tomás de Aquino: «¡Mientras
ensalzan su propia bravura, los soberbios envilecen la excelencia de la
verdad!».
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