La Iglesia enseña que si la fe está “por encima” de la
razón, “no puede nunca haber contradicción entre la fe y la ciencia, ya que
ambas tienen su origen en Dios” (Compendio del CIC 29). Juan Pablo II se refirió
a lo que podían aportarse mutuamente la una a la otra: “La ciencia puede
purificar la religión del error y de la superstición; la religión puede
purificar la ciencia de la idolatría y de los falsos absolutos. Cada una puede
llevar a la otra a un mundo más amplio, un mundo en el que ambas puedan
prosperar”.
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