Día litúrgico: Lunes XXVI del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Lc 9,46-50): En aquel tiempo, se
suscitó una discusión entre los discípulos sobre quién de ellos sería el mayor.
Conociendo Jesús lo que pensaban en su corazón, tomó a un niño, le puso a su
lado, y les dijo: «El que reciba a este niño en mi nombre, a mí me recibe; y el
que me reciba a mí, recibe a Aquel que me ha enviado; pues el más pequeño de
entre vosotros, ése es mayor».
Tomando Juan la palabra, dijo: «Maestro, hemos visto a uno
que expulsaba demonios en tu nombre, y tratamos de impedírselo, porque no viene
con nosotros». Pero Jesús le dijo: «No se lo impidáis, pues el que no está
contra vosotros, está por vosotros».
Comentario: Prof. Dr. Mons. Lluís CLAVELL (Roma,
Italia).
«El más pequeño de entre vosotros, ése es mayor»
Hoy, camino de Jerusalén hacia la pasión, «se suscitó una
discusión entre los discípulos sobre quién de ellos sería el mayor» (Lc 9,46).
Cada día los medios de comunicación y también nuestras conversaciones están
llenas de comentarios sobre la importancia de las personas: de los otros y de
nosotros mismos. Esta lógica solamente humana produce frecuentemente deseo de
triunfo, de ser reconocido, apreciado, agradecido, y falta de paz, cuando estos
reconocimientos no llegan.
La respuesta de Jesús a estos pensamientos —y quizá
también comentarios— de los discípulos recuerda el estilo de los antiguos
profetas. Antes de las palabras hay los gestos. Jesús «tomó a un niño, le puso
a su lado» (Lc 9,47). Después viene la enseñanza: «El más pequeño de entre
vosotros, ése es mayor» (Lc 9,48). —Jesús, ¿por qué nos cuesta tanto aceptar
que esto no es una utopía para la gente que no está implicada en el tráfico de
una tarea intensa, en la cual no faltan los golpes de unos contra los otros, y
que, con tu gracia, lo podemos vivir todos? Si lo hiciésemos tendríamos más paz
interior y trabajaríamos con más serenidad y alegría.
Esta actitud es también la fuente de donde brota la alegría,
al ver que otros trabajan bien por Dios, con un estilo diferente al nuestro,
pero siempre valiéndose del nombre de Jesús. Los discípulos querían impedirlo.
En cambio, el Maestro defiende a aquellas otras personas. Nuevamente, el hecho
de sentirnos hijos pequeños de Dios nos facilita tener el corazón abierto hacia
todos y crecer en la paz, la alegría y el agradecimiento. Estas enseñanzas le
han valido a santa Teresita de Lisieux
el título de “Doctora de la Iglesia”: en su libro Historia de una alma, ella
admira el bello jardín de flores que es la Iglesia, y está contenta de saberse
una pequeña flor. Al lado de los grandes santos —rosas y azucenas— están las
pequeñas flores —como las margaritas o las violetas— destinadas a dar placer a
los ojos de Dios, cuando Él dirige su mirada a la tierra.
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