Hoy, todos —judíos y no judíos— debemos tomar una
determinación: "morir a nosotros mismos" y reconocer a
Jesús-Redentor. Sin Dios el hombre no se explica a sí mismo y cae en las más
absurdas contradicciones. Es inevitable "endurecer el corazón",
rechazando el conocimiento propio y negando la propia culpa, si no hay
"Alguien" que conlleve esa culpa, la "elabore" y la
perdone.
Se da aquí una reciprocidad: sin la idea del Redentor —que
no disimula la culpa, sino que la padece en sí— no se puede soportar la verdad
de la propia culpa y se recurre a la primera falsedad: la obcecación ante esa
culpa, de la que nacen todas las otras falsedades, y, finalmente, la
incapacidad general ante la verdad. Y, a la inversa: no es posible conocer al
Redentor y creer en Él sin tener el valor de ser veraz consigo mismo.
—Señor, te pido la gracia de la "confesión" para
reconocer la verdad: la tuya (¡te necesito!) y la mía (¡no soy
"dios", sino una criatura débil!).
Comentario: REDACCIÓN evangeli.net
(elaborado a partir de textos de Benedicto XVI) (Città del Vaticano, Vaticano).
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