Hoy, frente al ritualismo farisaico, el "vino
nuevo" nos remite al panorama de la "renovada" Alianza de Dios
con los hombres. Dios, ante las infidelidades de Israel, reiteró la
"Alianza" y, finalmente, Cristo la selló de modo "nuevo" y
"definitivo". La Alianza del Sinaí se fundaba en dos elementos: 1. La
"sangre de la alianza" (sangre de animales sacrificados, con la cual
se rociaba el altar —símbolo de Dios— y el pueblo); 2. La palabra de Dios y la
promesa de obediencia de Israel.
Esta promesa se rompió con la "idolatría" de
Israel y con una historia de reiteradas desobediencias, como muestra el Antiguo
Testamento. La ruptura pareció irremediable cuando Dios abandonó a su pueblo al
exilio y el templo a la destrucción. Pero, en aquellos momentos, surgió la esperanza
de la "Nueva Alianza", no basada en la siempre frágil fidelidad
humana, sino en una obediencia inviolable: la del Hijo de Dios, Jesucristo.
—Jesús, como siervo, asumes mi desobediencia en tu "obediencia
hasta la muerte". ¡Concédeme un "nuevo" corazón!
Comentario: REDACCIÓN evangeli.net
(elaborado a partir de textos de Benedicto XVI) (Città del Vaticano, Vaticano).
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