Hoy, con las palabras "Tú eres mi Hijo, yo te he
engendrado" (Salmo 2), la Iglesia empieza a vivir la Navidad, es decir, el
nacimiento de nuestro Redentor Jesucristo en el establo de Belén. Antiguamente,
este Salmo pertenecía al ritual de la coronación del rey de Judá: Israel, a
causa de su elección, se sentía "hijo de Dios" y, como el rey era la
personificación de aquel pueblo, su entronización se vivía como un acto solemne
de adopción por parte de Dios.
En la noche de Belén, estas palabras adquirieron un
significado nuevo e inesperado. El Niño en el pesebre es verdaderamente el Hijo
de Dios. Él no es soledad eterna, sino un círculo de amor en el recíproco
entregarse y volverse a entregar. Él es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Más aún,
en Jesucristo, el Hijo de Dios, Dios de Dios, se hizo hombre.
—El eterno hoy de Dios ha descendido en el hoy efímero del
mundo, arrastrando nuestro hoy pasajero al hoy perenne de Dios.
Comentario: REDACCIÓN evangeli.net (elaborado a partir de
textos de Benedicto XVI) (Città del Vaticano, Vaticano).
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