Día litúrgico: Domingo IV (B) de Adviento
Texto del Evangelio (Lc 1,26-38): En aquel tiempo,
fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret,
a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el
nombre de la virgen era María. Y entrando, le dijo: «Alégrate, llena de gracia,
el Señor está contigo». Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué
significaría aquel saludo.
El ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado
gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a
quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del
Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la
casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin». María respondió al
ángel: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?». El ángel le respondió:
«El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su
sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios.
Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es
ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es
imposible para Dios». Dijo María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí
según tu palabra». Y el ángel dejándola se fue.
Comentario: Fray Josep Mª MASSANA i Mola OFM
(Barcelona, España).
Vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús
Hoy, el Evangelio tiene el tono de un cuento popular. Las
rondallas empiezan así: «Había una vez...», se presentan los personajes, la
época, el lugar y el tema. Ésta llegará al punto álgido con el nudo de la
narración; finalmente, hay el desenlace.
San Lucas, de modo semejante, nos cuenta, con tono popular
y asequible, la historia más grande. Presenta, no una narración creada por la
imaginación, sino una realidad tejida por el mismo Dios con colaboración
humana. El punto álgido es: «Vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por
nombre Jesús» (Lc 1,31).
Este mensaje nos dice que la Navidad está ya cercana.
María nos abrirá la puerta con su colaboración en la obra de Dios. La humilde
doncella de Nazaret escucha sorprendida el anuncio del Ángel. Precisamente
rogaba que Dios enviara pronto al Ungido, para salvar el mundo. Poco se
imaginaba, en su modesto entendimiento, que Dios la escogía justamente a Ella
para realizar sus planes.
María vive unos momentos tensos, dramáticos, en su
corazón: era y quería permanecer virgen; Dios ahora le propone una maternidad.
María no lo entiende: «¿Cómo se hará eso?» (Lc 1,34), pregunta. El Ángel le
dice que virginidad y maternidad no se contradicen, sino que, por la fuerza del
Espíritu Santo, se integran perfectamente. No es que Ella ahora lo entienda
mejor. Pero ya le es suficiente, pues el prodigio será obra de Dios: «A Dios
nada le es imposible» (Lc 1,38). Por eso responde: «Que se cumplan en mi tus
palabras» (Lc 1,38). ¡Que se cumplan! ¡Que se haga! ¡Fiat! Sí. Total aceptación
de la Voluntad de Dios, medio a tientas, pero sin condiciones.
En aquel mismo instante, «la Palabra se hizo Carne y
habitó entre nosotros» (Jn 1,14). Aquel cuento popular deviene a un mismo
tiempo la realidad más divina y más humana. El beato Pablo VI escribió el año 1974: «En
María vemos la respuesta que Dios da al misterio del hombre; y la pregunta que
el hombre hace sobre Dios y la propia vida».
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