Día litúrgico: Feria privilegiada de Adviento: 18 de Diciembre
Texto del Evangelio (Mt 1,18-24): La generación de
Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y,
antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del
Espíritu Santo. Su marido José, como era justo y no quería ponerla en
evidencia, resolvió repudiarla en secreto.
Así lo tenía planeado, cuando el Ángel del Señor se le
apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a
María tu mujer porque lo engendrado en Ella es del Espíritu Santo. Dará a luz
un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus
pecados». Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por
medio del profeta: «Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le
pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa: “Dios con nosotros”».
Despertado José del sueño, hizo como el Ángel del Señor le había mandado, y
tomó consigo a su mujer.
Comentario: Rev. D. Antoni CAROL i Hostench
(Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España).
José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu
mujer
Hoy, la liturgia de la palabra nos invita a considerar el
maravilloso ejemplo de san José. Él fue extraordinariamente sacrificado y
delicado con su prometida María.
No hay duda de que ambos eran personas excelentes,
enamorados entre ellos como ninguna otra pareja. Pero, a la vez, hay que
reconocer que el Altísimo quiso que su amor esponsalicio pasara por
circunstancias muy exigentes.
Ha escrito el Papa Juan Pablo II que «el cristianismo es la sorpresa de un Dios que se ha puesto de
parte de su criatura». De hecho, ha sido Él quien ha tomado la “iniciativa”:
para venir a este mundo no ha esperado a que hiciésemos méritos. Con todo, Él
propone su iniciativa, no la impone: casi —diríamos— nos pide “permiso”. A
Santa María se le propuso —¡no se le impuso!— la vocación de Madre de Dios:
«Él, que había tenido el poder de crearlo todo a partir de la nada, se negó a
rehacer lo que había sido profanado si no concurría María» (San Anselmo).
Pero Dios no solamente nos pide permiso, sino también
contribución con sus planes, y contribución heroica. Y así fue en el caso de
María y José. En concreto, el Niño Jesús necesitó unos padres. Más aún:
necesitó el heroísmo de sus padres, que tuvieron que esforzarse mucho para
defender la vida del “pequeño Redentor”.
Lo que es muy bonito es que María reveló muy pocos
detalles de su alumbramiento: un hecho tan emblemático es relatado con sólo dos
versículos (cf. Lc 2,6-7). En cambio, fue más explícita al hablar de la
delicadeza que su esposo José tuvo con Ella. El hecho fue que «antes de empezar
a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo» (Mt
1,19), y por no correr el riesgo de infamarla, José hubiera preferido
desaparecer discretamente y renunciar a su amor (circunstancia que le
desfavorecía socialmente). Así, antes de que hubiese sido promulgada la ley de
la caridad, san José ya la practicó: María (y el trato justo con ella) fue su
ley.
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