Hoy, ante la pequeñez de Jesús-Dios, el Evangelio proclama
solemnemente su divinidad: su dignidad más alta se funda en la referencia a
Dios, al Padre. Pero, ¿quién puede reconocerle como Dios? Según Isaías (1,3),
"el buey y el asno", es decir, seres con el corazón tan simple como
para, por lo menos, "conocer" a su dueño y recordar el pesebre de su
amo.
En Navidad el "buey y la mula" (los corazones
sencillos) son los pastores, los Magos, María y José. ¿Es que acaso podría ser
de otro modo? En el establo donde está el Niño Jesús no vive la gente fina:
allí viven, justamente, el buey y el asno. Pero nosotros, ¿nos hallamos tan alejados
del establo porque somos demasiado finos? ¿No estamos demasiado en
"Jerusalén", en el "palacio", para oír la voz de los
ángeles, acudir al pesebre y adorarle?
—En la Noche Santa los rostros del buey y del asno nos
miran con ojos interrogativos: Mi pueblo no entiende; ¿entiendes tú la voz de
tu Señor?
Comentario: REDACCIÓN evangeli.net (elaborado a partir de
textos de Benedicto XVI) (Città del Vaticano, Vaticano).
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