Ciudad del Vaticano, 11 octubre 2012 (VIS). En el curso de
la ceremonia de inauguración del Año de la Fe, el patriarca ecuménico Bartolomé
I de Constantinopla pronunció ante los miles de fieles reunidos en la Plaza de
San Pedro un discurso del que ofrecemos amplios extractos:
“Hace cincuenta años en esta plaza una celebración solemne
y significativa arrebató el corazón y la mente de la Iglesia Católica Romana,
llevándola a través de los siglos, hasta el mundo contemporáneo. La apertura
del Concilio Vaticano II, piedra angular y transformadora, estuvo inspirada por
el hecho fundamental de que el Hijo y el Logos encarnado de Dios está donde hay
dos o tres reunidos en su nombre y de que el Espíritu que procede del Padre nos
guiará hacia toda la verdad”.
“En el curso de las últimas cinco décadas, los logros de
esta asamblea han sido diversos, como demuestran una serie de constituciones,
declaraciones y decretos importantes e influyentes. Hemos asistido a la
renovación del espíritu y al “regreso a las fuentes” a través del estudio de la
liturgia, la investigación bíblica y las enseñanzas patrísticas. Hemos
apreciado el esfuerzo por liberarse gradualmente de la limitación del rígido
escolasticismo para llegar a la apertura del encuentro ecuménico que ha
desembocado en la revocación recíproca de las excomuniones del año 1054, el
intercambio de saludos, la restitución de las reliquias, el inicio de diálogos
importantes y las visitas recíprocas a las sedes respectivas”.
“Nuestro camino no ha sido siempre fácil o exente de
sufrimientos y desafíos (...) La teología fundamental y los temas principales
del Concilio Vaticano II -el misterio de la Iglesia, la sacralidad de la
liturgia y la autoridad del obispo- son difíciles de aplicar con esmero y su
asimilación es una tarea que requiere una entera vida y la labor de toda la
Iglesia”.
“Prosiguiendo nuestro camino, damos gracias y alabamos al
Dios vivo -Padre, Hijo y Espíritu Santo- porque la misma asamblea episcopal ha
reconocido la importancia de la reflexión y del diálogo sincero entre nuestras
“iglesias hermanas”. Nos unimos “en la espera que derrocado todo muro que
separa la Iglesia occidental y la oriental, se hará una sola morada, cuya
piedra angular es Cristo Jesús, que hará de las dos una sola cosa”.
“Nuestra presencia aquí significa y sella nuestro
compromiso de testimoniar juntos el mensaje de salvación y sanación para
nuestros hermanos más pequeños: los pobres, los oprimidos, los olvidados en el
mundo que Dios creó. Recemos por la paz y la salud de nuestros hermanos y
hermanas cristianos que viven en Oriente Medio. En el torbellino de violencia,
separación y división que se extiende cada vez más a los pueblos y las
naciones, puedan servir de modelo para el mundo el amor y el deseo de armonía
que aquí profesamos y la compresión que buscamos mediante el diálogo y el
respeto mutuo. Y que la humanidad pueda tender la mano “al otro” y aunar sus
esfuerzos para vencer el dolor de los pueblos en cualquier lugar, sobre todo
por hambre, enfermedades, calamidades naturales y por la guerra que, al final,
afecta a todas nuestras vidas”.
“A la luz de cuanto tiene que hacer todavía la Iglesia en
el mundo y, con gran aprecio por todo el progreso que hemos compartido, nos
sentimos honrados de haber sido invitados a participar y -humildemente llamados
a hablar- en esta solemne y gozosa conmemoración del Concilio Vaticano II. No
es mera coincidencia que esta ocasión marque en vuestra Iglesia la inauguración
del Año de la Fe, dado que la fe constituye una señal evidente del camino que
hemos recorrido juntos a lo largo del sendero de la reconciliación y de la
unidad visible”.
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