11-10-2012 Radio Vaticana
(RV).- El 11 de octubre de 1962, con el ingreso solemne de los padres conciliares en la basílica de San Pedro, se inauguró el concilio Vaticano II. Juan XXIII había fijado para ese día el inicio del concilio con la intención de encomendar la gran asamblea eclesial que había convocado a la bondad maternal de María, y de anclar firmemente el trabajo del concilio en el misterio de Jesucristo. Aquella noche, mas de cien mil personas se congregaron en la plaza San Pedro llevando antorchas; esta celebración espontánea era una elocuente imagen de la Iglesia pueblo de Dios.
Mons. Capovilla invitó al Papa a mirar a través de las cortinas. El Pontífice se asomó y quedó sobrecogido. "Abre la ventana, daré la bendición, pero no hablaré", le dijo a su secretario. Los reflectores de la plaza estaban apagados porque no se preveía ninguna celebración, pero el gran murmullo y las luces de las velas y de las antorchas que se levantaron al aparecer el Santo Padre indicaban la presencia de una gran multitud. Entonces Juan XXIII, iluminado por la luz del pueblo de Dios y bajo una esplendida luna de octubre, improvisó aquel famoso discurso que completó aquel día memorable.
Escuchemos la voz del beato Juan XXIII en el “discurso de la luna” (Escuchar Audio):
Extracto de las palabras del Papa:
"Queridos hijitos, escucho sus voces. La mía es una sola voz, pero resume la voz del mundo entero; de hecho, todo el mundo está representado aquí. Se diría que ¡hasta la luna se ha apurado esta noche para observar este espectáculo... Mi persona no cuenta nada. El que les habla hoy es un hermano, convertido en Padre por la voluntad de nuestro Señor. Pero todos juntos, paternidad y fraternidad son gracia de Dios. Hagamos honor a la impresión de esta noche y que sean siempre nuestros sentimientos como ahora los manifestamos delante del cielo y de la tierra. Fe, esperanza y caridad. Amor de Dios, amor de los hermanos, y así todos juntos ayudamos a la santa paz del Señor, a las obras de bien. Al volver a sus casas encontrarán a sus niños. Dénles una caricia a sus niños y díganles: ‘ésta es la caricia del papa’. Quizás encuentren alguna lágrima para enjugar. Digan a los que sufren una palabra de aliento. Sepan los afligidos que el Papa está con sus hijos, especialmente en las horas del dolor y de la amargura. En fin, recordemos todos el vínculo del amor y, cantando o llorando, pero siempre llenos de confianza en Cristo que nos ayuda y escucha, sigamos serenos y confiados en nuestro camino..."
(RC-RV)
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