sábado, 13 de octubre de 2012

“Aggiornamento” no es ruptura sino vitalidad continua de la tradición



Ciudad del Vaticano, 12 octubre 2012 (VIS).- El Santo Padre recibió esta maña a los obispos que participaron en el Concilio Ecuménico Vaticano II y a los presidentes de las conferencias episcopales presentes en el Sínodo sobre la Nueva Evangelización.

El Papa, que tomó parte en el Vaticano II como perito conciliar, dijo a los Padres venidos a Roma: “Son tantos los recuerdos que afloran a nuestra mente -y que cada uno tiene muy grabados en el corazón-, de aquel período tan vivaz, rico y fecundo que fue el Concilio; pero como no quiero prolongarme mucho (...) me gustaría recordar solamente cómo una palabra, lanzada por el beato Juan XXIII, casi de forma programática, retornaba continuamente en los trabajos conciliares: la palabra “aggiornamento” (actualización n.d.r)”.

“Cincuenta años después de la apertura de aquella solemne asamblea de la Iglesia, alguien se preguntará si aquella expresión no haya sido, quizás desde el principio, completamente apropiada. Pienso que sobre la elección de las palabras se podría discutir durante horas y se encontrarían pareceres continuamente discordantes, pero estoy convencido de que la intuición que el beato Juan XXIII compendió con esta palabra fue y es todavía exacta. El cristianismo no debe considerarse como “algo del pasado”, ni debe vivirse mirando perennemente “hacia atrás” porque Jesucristo es ayer, hoy y para la eternidad. El cristianismo está marcado por la presencia del Dios eterno, que entró en el tiempo y está presente en todo tiempo, porque todo tiempo brota de su potencia creadora, de su “hoy” eterno”.


“Por eso el cristianismo es siempre nuevo. No tenemos que considerarlo como un árbol completamente desarrollado partiendo del grano de mostaza evangélico que crece, da fruto y, un buen día, envejece y pierde su energía vital. El cristianismo es un árbol que, por así decir, (...) es siempre joven. Y esta actualidad, este “aggiornamento” no significa ruptura con la tradición, sino que expresa su vitalidad continua; no significa reducir la fe rebajándola a la moda de la época, al metro de lo que nos gusta o de lo que le gusta a la opinión pública; sino todo lo contrario: exactamente como hicieron los Padres conciliares tenemos que llevar el “hoy” que vivimos a la medida del evento cristiano; tenemos que llevar el “hoy” de nuestro tiempo al “hoy” de Dios”.

“El concilio ha sido un tiempo de gracia en que el Espíritu Santo nos ha enseñado que la Iglesia, en su camino en la historia, debe hablar siempre a la humanidad contemporánea, pero esto puede ocurrir solo con la fuerza de los que tienen raíces profundas en Dios (...) y viven con pureza su fe; no ocurre merced a los que se adecuan al momento que pasa, a los que eligen el camino más cómodo. El concilio lo tenía muy claro cuando en la constitución dogmática sobre la Iglesia “Lumen Gentium” afirmaba que en la Iglesia todos están llamados a la santidad (...) la santidad muestra el rostro verdadero de la Iglesia”.

“La memoria del pasado -concluyó el Papa- es preciosa pero no se agota en sí misma. El Año de la Fe que hemos empezado nos sugiere el mejor modo para recordar el concilio y conmemorarlo: concentrarnos en el corazón de su mensaje que, por otra parte, no es otro que el mensaje de la fe en Cristo, único salvador del mundo, proclamada a la humanidad de nuestra época. Hoy también lo que es importante y esencial es llevar el rayo del amor de Dios al corazón y a la vida de cada hombre y cada mujer, y llevar a los hombres y mujeres de cualquier época y lugar a Dios”.

Terminada la audiencia el Papa almorzó con los Padres que toman parte en el Sínodo sobre la nueva evangelización, con los obispos participantes en el Concilio Vaticano II, y con los presidentes de las conferencias episcopales. También estuvieron presentes el patriarca ecuménico de Constantinopla, Bartolomé I y el arzobispo de Canterbury y primado de la Comunión Anglicana Rowan Williams.

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