Día litúrgico: Domingo XXIX (B) del tiempo
ordinario
Texto del Evangelio (Mc 10,35-45): En aquel tiempo,
Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, se acercan a Jesús y le dijeron:
«Maestro, queremos, nos concedas lo que te pidamos». Él les dijo: «¿Qué queréis
que os conceda?». Ellos le respondieron: «Concédenos que nos sentemos en tu
gloria, uno a tu derecha y otro a tu izquierda». Jesús les dijo: «No sabéis lo
que pedís. ¿Podéis beber la copa que yo voy a beber, o ser bautizados con el
bautismo con que yo voy a ser bautizado?». Ellos le dijeron: «Sí, podemos».
Jesús les dijo: «La copa que yo voy a beber, sí la beberéis y también seréis
bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado; pero, sentarse a mi
derecha o a mi izquierda no es cosa mía el concederlo, sino que es para quienes
está preparado».
Al oír esto los otros diez, empezaron a indignarse contra
Santiago y Juan. Jesús, llamándoles, les dice: «Sabéis que los que son tenidos
como jefes de las naciones, las dominan como señores absolutos y sus grandes
las oprimen con su poder. Pero no ha de ser así entre vosotros, sino que el que
quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que
quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos, que tampoco el
Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como
rescate por muchos».
Comentario: Rev. D. Antoni CAROL i Hostench
(Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España).
El que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será
vuestro servidor
Hoy, nuevamente, Jesús trastoca nuestros esquemas.
Provocadas por Santiago y Juan, han llegado hasta nosotros estas palabras
llenas de autenticidad: «Tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido,
sino a servir y a dar su vida» (Mc 10,45).
¡Cómo nos gusta estar bien servidos! Pensemos, por
ejemplo, en lo agradable que nos resulta la eficacia, puntualidad y pulcritud
de los servicios públicos; o nuestras quejas cuando, después de haber pagado un
servicio, no recibimos lo que esperábamos. Jesucristo nos enseña con su
ejemplo. Él no sólo es servidor de la voluntad del Padre, que incluye nuestra
redención, ¡sino que además paga! Y el precio de nuestro rescate es su Sangre,
en la que hemos recibido la salvación de nuestros pecados. ¡Gran paradoja ésta,
que nunca llegaremos a entender! Él, el gran rey, el Hijo de David, el que
había de venir en nombre del Señor, «se despojó de su grandeza, tomó la
condición de esclavo y se hizo semejante a los hombres (…) haciéndose obediente
hasta la muerte, y una muerte de cruz» (Fl 2,7-8). ¡Qué expresivas son las
representaciones de Cristo vestido como un Rey clavado en cruz! En Cataluña
tenemos muchas y reciben el nombre de “Santa Majestad”. A modo de catequesis,
contemplamos cómo servir es reinar, y cómo el ejercicio de cualquier autoridad
ha de ser siempre un servicio.
Jesús trastoca de tal manera las categorías de este mundo
que también resitúa el sentido de la actividad humana. No es mejor el encargo
que más brilla, sino el que realizamos más identificados con Jesucristo-siervo,
con mayor Amor a Dios y a los hermanos. Si de veras creemos que «nadie tiene
amor más grande que quien da la vida por sus amigos» (Jn 15,13), entonces
también nos esforzaremos en ofrecer un servicio de calidad humana y de
competencia profesional con nuestro trabajo, lleno de un profundo sentido
cristiano de servicio. Como decía la Madre Teresa de Calcuta: «El fruto de la
fe es el amor, el fruto del amor es el servicio, el fruto del servicio es la
paz».
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