Hoy contemplamos el ciego Bartimeo, que «mendigaba sentado
junto al camino» a las puertas de Jericó. Precisamente por ese camino pasa
Jesús Nazareno. Es el camino que lleva a Jerusalén, donde se consumará la
Pascua, su Pascua sacrificial por nosotros.
En ese camino el Señor encuentra a Bartimeo, que ha
perdido la vista. Sus caminos se cruzan, se convierten en un único camino.
«¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!», grita el ciego con confianza.
Esta oración toca el corazón de Cristo, que se detiene, lo manda llamar. El
momento decisivo fue el encuentro personal, directo, entre el Señor y aquel
hombre que sufría. Se encuentran uno frente al otro: Dios, con su deseo de
curar, y el hombre, con su deseo de ser curado. Dos libertades, dos voluntades
convergentes.
—«¿Qué quieres que te haga?». Dios lo sabe, pero pregunta;
quiere que sea el hombre quien hable. Quiere que el hombre se ponga de pie, que
encuentre el valor de pedir lo que le corresponde por su dignidad.
Fuente: master·evangeli.net
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