Lectura del santo Evangelio según San Juan 10, 27-30
En
aquel tiempo, dijo Jesús:
–Mis
ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen, y yo les doy la
vida eterna; no perecerán para siempre y nadie las arrebatará de mi mano.
Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre.
Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre.
Yo
y el Padre somos uno.
Pautas para la homilía
Escuchar mi voz… y la voz de los otros
En
un mundo secularizado, en el que prima la imagen sobre la palabra, la pregunta
no es tanto ¿quién escucha hoy la voz de Dios?, como ¿qué voz, o a qué voz,
escuchan hoy la mayoría de nuestros contemporáneos? La escucha, como la
contemplación, tienen que ver con la serenidad y con el interior, con la vida
profunda e íntima de nuestro yo auténtico, con ese lugar y momento que es capaz
de conmovernos hasta las entrañas. San Agustín insistía siempre en que la voz
verdadera no está fuera de cada uno, sino que habita en lo más íntimo de
nosotros, en lo más auténtico de lo que somos. El reto no es buscar fuera, sino
caminar hacia dentro de nosotros mismos, sin caer en el egotismo. Si soy capaz
de escucharme, puede que sea capaz de escuchar a Dios, a los otros y a la
creación.
Somos
seres creados por Dios para comunicarnos. La comunicación es la acción más
radicalmente humana. La incomunicación es inhumana, genera tristeza, es fuente
de violencia y se encuentra en la raíz de todas las guerras que la humanidad ha
tenido hasta el presente. La incomunicación desfigura el mundo y sus rostros;
es fuente de ansiedad y perturbación. En la cárcel, el estar incomunicado se
considera el castigo más duro que un recluso puede padecer. Cuando uno no está
comunicado es como si la creación dejara de existir. Todos, en algún momento de
nuestra vida, hemos experimentado el estrés que genera sentir la falta de
comunicación o el no estar conectado. Cuando me retiro, en algún momento,
buscando la soledad no es para incomunicarme, sino para huir del ruido, para
restablecer la comunicación perdida. Me construyo en comunicación con los
otros.
Escuchar el latido de la eternidad
La
vida íntima de Dios es comunicación permanente entre el Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo. Dios se comunicó en Hijo en la historia humana y se sigue
comunicando día a día para nosotros por medio de su Espíritu. Dios no se ha
guardado nada para sí mismo y, por la Escritura, sabemos que está atento a los
gritos y clamores del mundo.
Uno
de los discípulos tuvo la suerte de reclinar su cabeza en el pecho de Jesús y
oír los latidos de su corazón. Dios tiene un corazón que late, un corazón vivo.
Cuando el pueblo de Israel caminaba por el desierto a la tierra de la libertad
ofendió profundamente a Dios porque dudó de su compañía y de su presencia en
medio de él. Es en los momentos de angustia y desesperación cuando también
nosotros podemos dudar de si Dios camina a nuestro lado. El dolor, la rabia, la
desesperación o la tristeza pueden poner a prueba nuestra fe en el Dios de la
vida y de la Resurrección. Es un acto de fe creer que Dios nos escucha y
acompaña porque su corazón, como sabemos por el testimonio del apóstol que
reclinó su cabeza en el pecho de Jesús, sigue latiendo por nosotros y que lo
seguirá haciendo por toda la eternidad.
Escuchar a Dios por encima de todo
Creo
que nunca ha sido fácil para un cristiano vivir con credibilidad y coherencia
el seguimiento a Cristo. Nos ha tocado vivir, al menos en Occidente, en una
cultura donde lo cristiano se difumina cada día más; lejos van quedando los
tiempos de la cristiandad, en la buena parte de la realidad estaba permeada de
‘lo cristiano’. La secularización nos sitúa en otro escenario. La vivencia de
la fe está dejando de ser un hecho social y cultural de masas para pasar a ser
un hecho existencial y de comunidades más reducidas. Nuestros templos se vacían
y van cerrando poco a poco. El reto es no caer por ello, como el pueblo de
Israel en el desierto, en el desaliento, sino el explorar nuevos caminos, el
buscar nuevas rutas. Dios sigue comunicando porque su corazón sigue latiendo.
La
experiencia del encuentro con la voz de Dios es individual, pero la salvación
ofrecida por Dios es universal. Persona y comunidad, individuo y totalidad
humana, se entrecruzan porque no podemos vivir incomunicados ni desconectados.
Los cristianos tenemos como fundamento de lo que somos la vida de Jesús,
confesado como el Cristo, y un proyecto que realizar: ir construyendo con su
aliento y Espíritu el Reino de Dios. La voz de Jesús es la misma que la del
Padre eterno, “Yo y el
Padre somos una sola cosa”, y está, sobre todo, en su Palabra
proclamada en la Iglesia en cada celebración y contenida, de modo eminente, en
la Biblia, Palabra de Dios. Ojalá escuchemos hoy su voz de resucitado y no
endurezcamos nuestros oídos perdidos en el mundanal ruido.
Fray Manuel Jesús Romero Blanco O.P.
Convento de San Pablo y San Gregorio (Valladolid)
Convento de San Pablo y San Gregorio (Valladolid)
https://www.dominicos.org/predicacion/homilia/12-5-2019/
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