Lectura
del santo evangelio según san Juan 15, 9-11
En aquel
tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
- «Como
el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor.
Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo
mismo que yo he
guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo
Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud.»
Reflexión
del Evangelio de hoy
Nos
salvamos por la gracia del Señor Jesús
En la
mitad del libro de los Hechos es donde san Lucas narra el Concilio de
Jerusalén. El relato es el verdadero quicio del libro. Se encuentran dos
dinámicas eclesiales en “fuerte discusión”, la de Jerusalén y la de Antioquía.
A la primera la caracterizaba la primacía, a la segunda el dinamismo. Antioquía
representaba el movimiento de apertura iniciado por los cristianos helenistas.
Era una comunidad heterogénea, capaz de aceptar nuevas gentes, asimilar otras
culturas y convivir en el pluralismo. Jerusalén estaba dominada por
judeocristianos, conservadores en ciertos aspectos; quizá se sentían un “resto”
en el que crecía un nuevo Israel definitivo.
Se ha
dicho que la Iglesia vive permanentemente una tensión entre carisma y poder.
También se ha descrito la Iglesia como una paloma que necesita las dos alas
para volar.
Conocemos
que, en aquel tiempo, en la comunidad de Antioquía convivían judeocristianos
con helenistas y con paganos convertidos. Y también sabemos que la de Jerusalén
fue capaz de aceptar por medio de Pedro la apertura del Evangelio a los
paganos, cuando sucedió el bautismo del pagano Cornelio y su familia sin
pedirles la condición de la circuncisión ni imponerles leyes y costumbres
judías. Siendo así, ¿qué sucedió para necesitar un concilio?
La chispa
que provocó el enfrentamiento surgió de un grupo de extremistas de Judea que
viajaron a Antioquía y enseñaban que, sin la circuncisión, no era posible salvarse.
La comunidad se dividía. Pablo y Bernabé reaccionaron con energía y se hizo
necesaria la reunión de representantes de ambas iglesias para zanjar
definitivamente la cuestión.
Lucas
escribe decenas de años después, cuando todos los protagonistas de la reunión
habían fallecido. Con la perspectiva que da la distancia, su obra interpreta lo
sucedido y mantiene un mensaje constante: El Espíritu Santo fue el verdadero
protagonista de la solución del conflicto, se mantuvo la unidad de la Iglesia,
se eliminaron las barreras discriminatorias y los paganos fueron admitidos en
la Iglesia en régimen de igualdad. Lucas pone en boca de Pedro: «Creemos que lo
mismo ellos que nosotros nos salvamos por la gracia del Señor Jesús».
Los
cristianos de hoy no podemos ver el Concilio de Jerusalén como algo del pasado
y ya superado. El problema de fondo que trató sigue abierto. Estuvo en peligro
de perderse la “memoria” de Jesús y la novedad absoluta de su persona: Sin
romper las raíces espirituales que le unían al pueblo de Israel, eliminó todas
las fronteras de raza, las leyes discriminatorias y las tradiciones
excluyentes; por encima de ellas puso su opción por los marginados, los
discriminados, los excluidos. En los albores del cristianismo lo eran los
helenistas cristianos y los paganos convertidos; hoy lo son otros. ¿Tenemos
conciencia ante los excluidos de hoy de que «Dios mostró su aprobación dándoles
el Espíritu Santo igual que a nosotros»?
Permanezcamos
en el amor con que Dios nos ama
La clave
de la solución, la del Concilio de Jerusalén y la de los conflictos de ayer y
de hoy está en el amor, no en extremismos que ponen la salvación en prácticas
cultuales y no en la gracia. Amor del Padre que ama al Hijo. Amor con que el
Hijo nos amó y nos ama. Amor en el que nos pide permanecer. ¿Cómo hacerlo? «Si
guardáis mis mandamientos… lo mismo que yo he guardado los de mi Padre». Solo
así, cuando permanecemos en el amor, la alegría de Cristo llega a nosotros y
puede ser plena.
No hay
nada que manifieste mejor el amor que el servicio de unos a otros y el sentido
de comunidad, sabiendo escuchar la palabra de los hermanos y, sobre todo, la
palabra del Señor. Y sin poner obstáculos a que el Espíritu Santo sea el
verdadero protagonista.
Fray José Antonio Fernández de
Quevedo
Convento de San Pablo y San Gregorio (Valladolid)
Convento de San Pablo y San Gregorio (Valladolid)
https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/23-5-2019/
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