Lectura
del santo evangelio según san Juan 6, 35-40
En aquel
tiempo, dijo Jesús a la gente: - «Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí
no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed; pero, como os he dicho,
me habéis visto y no creéis. Todo lo que me da el Padre vendrá a mí, y al que
venga a mí no lo echaré afuera, porque he bajado del cielo, no para hacer mi
voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado.
Ésta es la voluntad del que
me ha enviado: que no pierda nada de lo que me dio, sino que lo resucite en el
último día. Esta es la voluntad de mi Padre: 'que todo el que ve al Hijo y cree
en él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.»
Reflexión
del Evangelio de hoy
Los
dispersados iban…anunciando la Buena Nueva de la Palabra
La
persecución de la Iglesia de Jerusalén va haciendo realidad la promesa de
Jesús: seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y hasta el
confín de la tierra (Hch 1,8)e implica un cambio de dinamismo en la
comunidad, una Iglesia en Salida (EG 21) que anuncia la Buena Nueva de la
Palabra (Hch 8,4). El misionero en este caso, será Felipe, ya conocido por el
narrador por ser el segundo de los siete diáconos (Hch 6,5), y del que más
tarde se dirá que era evangelista, tenía 4 hijas vírgenes y profetisas y vivía
en Cesárea del Mar, capital oficial de Palestina (Hch 21, 8-9).
Felipe
baja hasta Samaría y allí predica a Cristo, al Mesías prometido. Los habitantes
de esta región, dentro de su heterodoxia, también vivían a la expectativa de
“un esperado”, por lo que la palabra de Felipe provoca escucha atenta y se
convierte en alegría al ser confirmada con exorcismos y curaciones, como
hiciera el mismo Jesús (cf. Lc 4,31-37.40-41; 5,17-26).
Evangelizar
es ofrecer la alegre noticia de Reino de Dios que se ha inaugurado en Jesús de
Nazaret, y que trae la salvación a todo y a todos los seres humanos, lo que
provoca una inmensa alegría en aquellos que la acogen: “La alegría del
evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús.
Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del
vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la
alegría”. (EG1)
Para que
el mensaje de la predicación llegue al corazón de los escuchantes y puedan
acogerlo como vida propia, palabras y signos han de ir unidos en el predicador.
La palabra ha de venir corroborada con el testimonio de la vida y los signos de
la vida, explicados con las palabras. La coherencia entre lo que se dice, se
piensa y se hace ha de ser la carta de presentación del predicador. Como
canta brotes de Olivo, en “El alma del cantor”:
“No
quiero cantar a Dios si no hay brillo de Dios en mí.
Para
cantar sin vivir mejor que calle.
La fuerza
de la voz y la Palabra
está en
la exigencia de hacerlo vida…
…Si no
vivo lo que pienso ¿para qué pensar?
Si no
vivo lo que escribo ¿para qué escribir?
Si no
vivo lo que canto ¿para qué cantar?
Si no
vivo lo que siento ¿para qué sentir?”
Dios
escribe derecho con renglones torcidos. La persecución de la Iglesia conllevara
su dispersión, y con ella el anuncio de Jesús a nuevas gentes. Desde los
comienzos del camino de la Iglesia, “Sangre de mártires, semilla de cristianos”
(Tertuliano).
El que cree
en Él “tiene” vida eterna
El
evangelio de hoy nos presenta unos versículos del profundo y denso discurso del
pan de vida. Tras el milagro de los panes y los peces (Jn 6,1-15), Jesús
pronuncia este discurso en la sinagoga de Cafarnaúm. En él, el profeta de
Nazaret, relaciona el milagro realizado con el del maná dado en el desierto por
el Señor al pueblo de Israel (Ex 16,4ss), por lo que la gente le pide que le dé
siempre de ese pan (6,34). Jesús responde con una frase que los deja atónitos:
“Yo soy el pan de vida” (35a). ¿Pero, qué quiere decir Jesús con esa expresión?
Al
presentarse, con las palabras “yo soy” está asumiendo su identidad divina,
puesto que así se presentaba Yahvé en el AT (Ex 3,14; Cf Gn 26,24; Ex
6,6; Lv 18,4-5). Pero además cuando esta fórmula “yo soy” está seguida de un
sustantivo, Jesús nos muestra la misión encomendada por el Padre, en este caso,
el ser “pan de vida”. El profeta de Nazaret se presenta como el auténtico
alimento que supera el maná dado por Moisés, o la sabiduría veterotestamentaria
de la que se dice: “Los que me comen (dice la Sabiduría) tendrán más hambre y
quienes me beben aún sentirán más sed” (Eclo 24,21; Is 49,10). Jesús es
el pan de vida y los que coman de él, ya no tendrán hambre y quien crea en él,
no tendrá sed. Las palabras, la vida de Jesús si satisfará las necesidades e
inquietudes más profundas del ser humano, sus búsquedas, sus anhelos, sus
expectativas, toda hambre y toda sed (v. 35b).
Junto a
esto, Jesús promete al que crea en Él cree en él, la vida eterna, o lo que es
lo mismo la participación de la misma vida de Dios (Jn 3, 16-18;36; 11,25).
Esta empieza a realizase aquí, en esta tierra, aunque será dada en plenitud en
la “otra vida” que es la “vida otra”. Jesús promete, por tanto, la vida aquí ahoray
luego, para siempre. Él es “el pan de vida” que trae buena y abundante
vida para todos. No podemos obviar aquí la alusión al pan eucarístico.
Cada eucaristía es una oportunidad de nutrir y fortalecer en nosotros la nueva
vida que el Señor nos regala. Una vida donde el ser humano sea el centro de las
estructuras sociales y políticas, donde se defienda la dignidad humana, donde
las relaciones interpersonales estén marcadas por igualdad y fraternidad y en
la que nuestro empeño sea hacer habitable, para nosotros y las generaciones
venideras, esta “casa común”, que llamamos planeta Tierra. En este día en que
celebramos el Patrocinio de la Orden, sintiéndonos bajo su manto, le pedimos a
María que nos ayude a hacer extensible esta vida nueva a todos nuestros hermanos.
Hna. Mariela Martínez Higueras
O.P.
Congregación de Santo Domingo
Congregación de Santo Domingo
https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/8-5-2019/
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