Lectura
del santo evangelio según san Juan 13,16-20
Cuando
Jesús acabó de lavar los pies a sus discípulos, les dijo: «Os aseguro, el
criado no es más que su amo, ni el enviado es más que el que lo envía. Puesto
que sabéis esto, dichosos vosotros si lo ponéis en práctica. No lo digo por
todos vosotros; yo sé bien a quiénes he elegido, pero tiene que cumplirse la
Escritura: "El que compartía mi pan me ha
traicionado." Os lo digo
ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis que yo soy. Os lo
aseguro: El que recibe a mi enviado me recibe a mí; y el que a mí me recibe
recibe al que me ha enviado.»
Reflexión
del Evangelio de hoy
En la
misión eclesial somos enviados, precursores
Los
misioneros Pablo y Bernabé llegan en su viaje a Antioquía de Pisidia. Van a la
sinagoga y, como era costumbre, sus encargados invitan a los forasteros a que
tomen la palabra y comenten las lecturas que se han hecho de la ley y los
profetas. La escena recuerda en forma y contenido a la visita que Jesús hizo a
la sinagoga de Nazaret, contada por el mismo Lucas en su evangelio (4,16 ss.).
El tema
de las palabras de Pablo era tan actual para los judíos que le escuchaban como
lo habían sido antes los discursos de Pedro en Pentecostés y de Esteban en su
martirio. También ellos habían repasado la historia de Israel ante un pueblo
judío que tenía muy grabada en la memoria colectiva las grandes promesas de
Dios para él a través de los Patriarcas y los Profetas. Un pueblo volcado hacia
el futuro para ver cuándo esas promesas se cumplirían. Todas apuntaban hacia un
Salvador que tenía que venir.
En la
parte del discurso de Pablo que hoy leemos apenas escuchamos un primer aspecto
del punto al que se dirige: ese Salvador es Jesús. También dirá: y no lo
recibisteis como tal, Dios cumplió su promesa resucitándolo y librándolo de la
corrupción. Lo oiremos en los próximos días.
Pero sí
oímos hoy cómo destaca Pablo el papel de Juan que, antes de la llegada de
Jesús, predicó un bautismo de penitencia a todo el pueblo y aclaraba: «Yo no
soy quien pensáis; viene uno detrás de mí a quien no merezco desatarle las
sandalias».
Del
discurso de Pablo quedémonos hoy con su conciencia de enviado (misionero) y con
la imagen de Juan, el precursor, el que prepara el camino, el que dirige a sus
propios seguidores hacia Jesús, el que sabe retirarse porque «conviene que él
crezca y yo mengüe»… Y tengamos conciencia de que esa es también nuestra
misión.
Tenemos
para ello un buen maestro
En el
momento supremo de despedida lo que hace Jesús es lavar los pies a sus
discípulos. Y les asegura: «el criado no es más que su amo… puesto que sabéis
esto, dichosos vosotros si lo ponéis en práctica».
El gesto
de Jesús de lavar los pies no es solo un acto de humildad, es también el acto
salvífico que realiza para dar vida al mundo. ¡Servir engendra vida! La
destinataria del mensaje es la comunidad cristiana. Si el lavatorio remite a la
cruz, lo que pide el Señor es que el discípulo mire también a la cruz e imite
su gesto de amor entregándose en un servicio de amor hasta el extremo, hasta
dar la vida por los demás.
Servir,
sentirse enviado, preparar el camino, es para la misión de la Iglesia una
revelación, una revolución y un reto. Revelación de un amor que se arrodilla
ante la humanidad y se desvive por ella. Revolución, porque si hasta el mismo
Dios se pone de rodillas ante el ser humano, ningún ser humano tiene derecho a
dominar a otro y despojarlo de su dignidad. Reto porque el ejemplo de Jesús
lavando los pies de sus discípulos, el de Juan como precursor, el de Pablo como
enviado, debe ser seguido por la Iglesia, una Iglesia en salida y que se hace
pobre con los pobres, por amor a Jesús, su Maestro.
Fray José
Antonio Fernández de Quevedo
Convento de San Pablo y San Gregorio (Valladolid)
Convento de San Pablo y San Gregorio (Valladolid)
https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/16-5-2019/
No hay comentarios:
Publicar un comentario