Lectura
del santo evangelio según san Juan 3, 16-21
Tanto amó
Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los
que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al
mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree
en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en
el nombre del Hijo único de Dios. El juicio consiste en esto: que la luz vino al
mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran
malas. Pues todo el que
obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la
luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad
se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.
Reflexión
del Evangelio de hoy
Palabras
de vida
Aún
impactados por los atentados en Sri Lanka y en el marco de las reivindicaciones
de justicia económica y social propias del primero de Mayo, los textos que nos
propone la liturgia adquieren vigencia e intensidad. Vigencia, porque las
persecuciones a los cristianos causan, incluso, muchas más víctimas en nuestros
tiempos, que en la época de las persecuciones a los primeros cristianos.
Intensidad, porque las repercusiones de esta violencia religiosa, junto con la
intolerancia y fanatismo que la genera, producen una sensación de inseguridad,
desconcierto, sinrazón e impotencia muy fuertes.
El texto
de los Hechos de los Apóstoles narra el encarcelamiento de los apóstoles por
mandato del sumo sacerdote y los saduceos, por “un arrebato de celo”. Para los
judíos más ortodoxos, fieles custodios de un fuerte monoteísmo, la doctrina
cristiana de un Dios-hombre es una herejía intolerable. Y, frente a los
romanos, debían también mantener el orden social suprimiendo cualquier peligro
de sedición. Pero la fuerza de vida del Resucitado no se puede encerrar en
ninguna cárcel. Va más allá de cualquier religión, política, institución, poder
o interés. En la noche de las intrigas y el uso de la fuerza, “el ángel del
Señor abrió las puertas de la cárcel”. Y aquel amanecer, en el templo mismo,
los apóstoles se pusieron a enseñar, como el ángel les había dicho: “…explicad
al pueblo todas estas palabras de vida”.
Aquellos
que pensaron que podían encerrar fácilmente la vida nueva, se quedaron
desconcertados. Ellos, que son quienes pretenden imponer la oscuridad de sus
miedos y recelos a perder relevancia o poder a aquellos que sienten como
amenaza, se desorientan cuando las cosas se salen de sus manos y de su lógica.
Las palabras de vida desconciertan al mal, lo mismo que el amor
desconcierta al odio, el bien a la maldad. Las palabras de vida abren las
puertas de la esperanza, el futuro, la justicia, las posibilidades de superar
todo aquello que margina y roba la dignidad del ser humano.
Obras de
la luz
El mal,
cualquier mal, nunca tendrá la última palabra. Dios ya la ha dicho en
Jesucristo, con su muerte. “La Palabra de Dios ya fue cumplida. El silencio de
Dios está a la espera del amor de los hombres, y él quisiera que esa Palabra
fuera recibida, y en comunión de amor por siempre fuera plenitud de su don que
a todos diera”, reza el himno del Sábado Santo. El texto del Evangelio de Juan
insiste en la misión salvadora de Jesucristo, Unigénito de Dios, la luz que
ilumina la verdad, el bien, a los justos.
Hoy
tenemos presente un hombre justo, el hombre que va a marcar el origen humilde y
trabajador de Jesús. El contraste de la figura del carpintero José, en una
lejana aldea, con la potente imagen del Hijo de Dios como luz y salvación,
tiene su punto de encuentro en la expresión tan joánica de “obrar la verdad”.
José es la imagen del hombre que obra según Dios. El amor sincero y leal, y la
confianza en el Dios de la vida y la esperanza, marcaron su compromiso con
aquella familia sobrevenida de lo alto. La dignidad de cada persona sencilla
que vive y trabaja en lo cotidiano, comprometida con el bien de todos, ilumina
con mucha claridad por dónde va eso de obrar la verdad.
No quiere
luz quien obra mal. La lucha por la justicia, la igualdad, los derechos
humanos, sociales y políticos, la dignidad en las condiciones de vida y trabajo
para todos, el fin de la explotación de los seres humanos y la Tierra, no
pueden ser temas ajenos a la fe. Son parte esencial de la misma, porque acoger
la luz que es la Palabra, y no preferir la tiniebla que siembra el mal obrar en
este mundo, implica comprometerse con las obras “hechas según Dios”.
Quiero
terminar con una palabras del papa Francisco en su Encíclica “Lumen Fidei”
n.50. “No se trata sólo de una solidez interior, una convicción firme del
creyente; la fe ilumina también las relaciones humanas, porque nace del amor y
sigue la dinámica del amor de Dios. El Dios digno de fe construye para los
hombres una ciudad fiable”.
Hna.
Águeda Mariño Rico O.P.
Congregación de Santo Domingo
Congregación de Santo Domingo
https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/hoy/
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