En el clima espiritual de la Navidad y el inicio de un
nuevo año civil nuestro pensamiento se dirige al ansiado valor de la paz. Este
don, tan valorado por las sociedades, es apreciado tanto en esta vida como en
la vida eterna, donde será parte de los bienaventurados. Así nos lo recordaba San Agustín: "Porque es tan
singular el bien de la paz, que aún en las cosas terrenas y mortales no sabemos
oír cosa de mayor gusto, ni desear objeto más agradable, ni finalmente podemos
hallar cosa mejor".
La paz en la tierra es un innegable valor que solo se
puede lograr cuando los mismos ciudadanos se proponen alcanzarla y a trabajan
para conseguirla, por medio del orden, de la justicia, del respeto y de la
libertad. Del mismo modo es apreciable reconocer que esta paz en la tierra
ayuda a alcanzar la paz eterna, porque los tiempos de paz permiten la oración,
la contemplación y la reflexión, es decir, permiten crecer al ser humano en
sabiduría.
También nuestro País, hoy, necesita constructores de paz.
Aquellos que paren la violencia contra la vida, especialmente contra el no
nacido; aquellos que sean puentes de perdón y misericordia en las relaciones
familiares y sociales; aquellos que ayuden a frenar el sicariato y la muerte en
nuestras ciudades; aquellos que devuelvan la confianza y el orden donde el
narcoterrorismo aún esta presente. Necesitamos asumir con convicción que la paz
es el mejor regalo para nuestro Perú.
Quisiéramos concluir con las palabras de San Juan Pablo II, que retomó el Papa Francisco en su mensaje del año
pasado: “La paz es un bien indivisible. O es de todos o no es de nadie. Sólo es
posible alcanzarla realmente y gozar de ella, como mejor calidad de vida y como
desarrollo más humano y sostenible, si se asume en la práctica, por parte de
todos, una "determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien
común”.
P. Guillermo Inca
Pereda OSJ
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