Reflexiones
Pastorales frente a la Inseguridad y la Construcción de Paz en nuestro país
Proclamamos «la Buena Noticia de la paz» (Ef 6,15)
Los Obispos del Perú, reunidos en nuestra 105ª Asamblea
Plenaria, damos a conocer a todos los creyentes, a las autoridades y personas
de buena voluntad, nuestra reflexión y propuesta de acción por la paz, que
implica –según la Biblia–diálogo, reconciliación, solidaridad, justicia,
armonía entre Dios, las personas y la naturaleza, nuestra casa común.
I. La realidad del país
nos interpela
Como pastores estamos al lado de las personas y, desde
esta cercanía, observamos con enorme preocupación cómo se incrementa la
violencia: robos, asaltos y asesinatos que llenan de dolor y desconcierto a las
familias y a la sociedad en su conjunto. Se recurre cada vez más a la cárcel
como respuesta a la criminalidad. Sin embargo, el creciente hacinamiento en los
centros de reclusión reproduce y alienta la violencia. A esto se añaden las
evidencias de corrupción y la falta de seguridad para quienes habitamos en la
Costa, Sierra, y Selva de esta generosa tierra peruana.
Actualmente haya autoridades de todo nivel con prisión
preventiva, requisitoriados o en proceso de investigación de sus respectivas
gestiones administrativo-financieras. En las pasadas elecciones también se
evidenció un número muy importante de candidatos vinculados al narcotráfico y a
la corrupción, algunos de los cuales han sido elegidos. A esto se suma el
descrédito de los poderes del Estado.
La violencia cotidiana: asesinatos, pandillaje y sicariato
remecen varios lugares del país e involucran a adolescentes y jóvenes desde muy
temprana edad, muchos de ellos atrapados en el consumo de drogas, alcoholismo y
otras dependencias degenerativas.
Asimismo, existe el maltrato cotidiano a la mujer, el
desprecio a la dignidad de la vida humana desde su concepción hasta la muerte
natural, la falta de respeto a las comunidades indígenas, el uso irracional de
los recursos naturales, la explotación infantil y la trata de personas.
La conjunción entre corrupción, narcotráfico e inseguridad
ciudadana genera un círculo vicioso que aniquila personas, violenta los
derechos humanos, destruye la naturaleza, debilita nuestras frágiles
instituciones sociales y políticas, y frena el desarrollo integral de un país
que desea pertenecer al grupo de naciones que se distinguen por la calidad de
vida que ofrecen a la sociedad.
Esta realidad nos conmociona y a la vez presenta señales
inequívocas del grave deterioro moral de nuestra vida social, que requiere
denodados esfuerzos de las autoridades y la cooperación de las familias, la
sociedad y las Iglesias. La abrumadora mayoría del país desea construir la paz
y exige a sus gobernantes acciones decididas contra la corrupción, el
narcotráfico y la violencia cotidiana.
II. Luces para la
paz
La paz es la buena noticia del Evangelio. Es la preciada
herencia de la alegría de Jesús resucitado (Cf. Jn 20,19-21). Es una paz que
debemos construir entre todos, día a día. Jesús nos dice: “Bienaventurados los
que trabajan por la paz” (Mt 5,9).
Trabajar por la paz significa luchar contra la corrupción
en todas sus formas. El papa Francisco ha dicho que “la corrupción es en sí
misma un proceso de muerte”. Esta realidad “se ha vuelto natural, al punto de
llegar a constituir un estado personal y social ligado a la costumbre, una
práctica habitual en las transacciones comerciales y financieras, en las
contrataciones públicas, en cada negociación que implica a agentes del Estado.
Es la victoria de la apariencia sobre la realidad y de la desfachatez impúdica
sobre la discreción honorable” (A la Asociación Internacional de Derecho Penal,
23.10.2014).
Por otra parte, el documento de Aparecida nos advierte que
“la paz es un bien preciado pero precario, que debemos cuidar”. Pide a los
cristianos del continente “una «cultura de paz» que sea fruto de un desarrollo
sustentable, equitativo y respetuoso de la creación”. Ser constructores de paz
significa “enfrentar conjuntamente los ataques del narcotráfico y consumo de
drogas, del terrorismo y de las muchas formas de violencia que hoy imperan en
nuestra sociedad”. Por eso la Iglesia quiere ser “una escuela de verdad y de
justicia, de perdón y reconciliación para construir una paz auténtica” (n°
542).
III. Por un diálogo
y consenso nacional por la paz
1. Todos estamos llamados a
construir la paz en los diferentes ámbitos de nuestra vida: familia, trabajo,
centro de estudios, barrio, ciudad, instancias sociales, culturales, políticas
y religiosas en las que participamos. No habrá paz duradera y sostenida si no
hay en cada uno de nosotros la firme decisión de construir la paz. ¡No seamos
indiferentes a todo signo de violencia verbal o física, de corrupción y
deshonestidad! Reiteramos nuestro rechazo al dicho generalizado: “No importa
que las autoridades elegidas roben con tal que hagan obras”.
2. Educar para la paz es un proceso
pedagógico que implica asumir principios y valores irrenunciables tanto en las
familias e instituciones educativas como en las múltiples instancias sociales
que contribuyen a la formación de las personas. Llamamos a todas las
instituciones sociales a redoblar sus esfuerzos para hacer de este valor un eje
transversal de su planeamiento en el próximo quinquenio. ¡Eduquemos para la
paz, don de Dios, que también es fruto del respeto y la armonía entre las
personas y su entorno natural!
3. Las nuevas generaciones, en
particular los jóvenes, son actores fundamentales en la construcción de la paz.
Sus derechos, también los laborales, deben ser respetados a fin de que se pueda
garantizar su adecuada inserción en el desarrollo integral del país. Asumimos
las palabras del papa Francisco de alentar a los jóvenes a ser actores y
protagonistas de una nueva sociedad.
4. Los medios de comunicación
juegan un rol clave en la generación de una cultura de paz. No pueden difundir
información bajo el criterio de “lo que vende” o “lo que le gusta a la gente”.
Un consenso por la paz requiere una comunicación social autorregulada desde
valores éticos. ¡No a una comunicación que resalta la violencia cotidiana y
corrompe el corazón y la dignidad de las personas!¡Sí a la bondad, solidaridad
y búsqueda de la paz que están presentes en la vida cotidiana de muchos
conciudadanos!
5. Las autoridades deben cumplir un
rol activo y eficaz especialmente frente a la delincuencia y sus redes, y de
protección a las iniciativas por la paz y seguridad de la ciudadanía, dentro de
un marco jurídico coherente y de respeto a los derechos de las personas. ¡Qué
gobernantes honestos y respetuosos de los derechos humanos escuchen el clamor
de los pobres!
6. Necesitamos, como dice el papa
Francisco, rehabilitar la política. No son cristianos ni buenos políticos
aquellos que, aunque llamándose tales, terminan envueltos en las redes de la
corrupción, el narcotráfico y la violencia. Esos son los lobos rapaces
disfrazados de ovejas de los que habla el Evangelio (Cf. Mt 7,15-19).
Convocamos a los cristianos auténticos y a todas las personas de buena voluntad
a comprometerse políticamente para una urgente reforma del Estado y una
participación ética de la ciudadanía. El Perú se merece una paz sustentable y
duradera, basada en la dignidad de la persona humana y en la práctica
transparente de la función pública. ¡Invitamos a conformar Mesas
Interinstitucionales de diálogo, reflexión y acción por la paz en nuestro país!
Pedimos la necesaria ayuda de nuestro buen pastor y amigo
de la vida, Jesús resucitado, y de nuestra madre María, Reina de la paz, para
iniciar ahora una campaña esperanzadora e inclusiva de colaboración abierta y
eficaz para vencer la corrupción, violencia e inseguridad con signos constantes
y valientes de paz y de vida.
Lima, 23 de enero de 2015
Sus hermanos y servidores,
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