19-12-2012 L’Osservatore Romano
En la pobreza de un niño que nace se manifiesta aquella
fuerza silenciosa de la verdad y del amor que vence el rumor de los poderes del
mundo. Es el sentido de la reflexión sobre la Navidad propuesta por el Papa el
miércoles 19 de diciembre durante la audiencia general, la última de este año.
El Pontífice se detuvo en la fe de la Virgen María,
manifestada a partir del misterio de la Anunciación, e indicó en las palabras
de saludo que le dirigió el Ángel «una invitación a la alegría». Una alegría
que -dijo- anuncia el final de la tristeza que existe en el mundo causada por
el límite de la vida, del sufrimiento, de la muerte, el mal, todo lo que
«parece oscurecer la luz de la bondad divina». Una alegría evidentemente
relacionada a la ya próxima venida del Señor en medio de los hombres.
Para percibir el sentido de esta venida del Señor entre
los hombres es necesario, advirtió Benedicto XVI, ponerse en la misma actitud
de escucha de María ante el anuncio del Ángel; y, como hizo ella misma, abrir
de par en par las puertas al Creador. Y luego es necesario someterse libremente
«a la palabra recibida, a la voluntad divina en la obediencia de la fe».
También cuando nos encontramos ante la oscuridad del misterio y la palabra «es
difícil, casi imposible, de acoger».
La actitud justa es una vez más la que nos transmitió
María, y su esposo José, demostrada al aceptar la respuesta misteriosa que les
dio Jesús, que le buscaban preocupados y le encontraron inmerso en la discusión
con los maestros en el Templo: «¿No sabíais —dijo el Papa, citando las palabras
de Jesús en el Evangelio de Lucas— que yo debía estar en las cosas de mi
Padre?».
Por lo tanto, «la humildad profunda de la fe obediente de
María, que acoge en sí también aquello que no comprende del obrar de Dios,
dejando que sea Dios quien le abra la mente y el corazón», es la propuesta de
Benedicto XVI al hombre contemporáneo para celebrar y vivir con mayor
consciencia las festividades navideñas. Recordando que «la gloria de Dios no se
manifiesta en el triunfo y en el poder de un rey, no resplandece en una ciudad
famosa, en un suntuoso palacio» sino que se revela precisamente «en la pobreza
de un niño».
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