lunes, 3 de diciembre de 2012

Tradición y progreso



Han transcurrido casi 69 años. El entorno y las circunstancias parecen haber cambiado o ser diferentes. Sin embargo, ‘las palabras’ de Pío XII siguen de plena actualidad y nos aportan mucha luz.

S.S. Pío XII

Alocución al Patriciado y a la Nobleza Romana, de 19-01-1944, in Discorsi e Radiomessaggi di Sua Santità Pio XII, Tipografia Poliglotta Vaticana, 19/1/1944, pp. 177-182.

* Los subtítulos no son del original. Fueron añadidos para facilitar la lectura.

[...]

Asistimos hoy a uno de los mayores incendios de la historia, una de las más profundas convulsiones políticas y sociales marcadas en los anales del mundo (1), pero a la que está por suceder una nueva ordenación, cuyo secreto se encuentra aún sellado en el designio y el corazón de Dios, providente regidor del curso de los acontecimientos humanos y de su término.

Las cosas terrenas fluyen como río en el surco del tiempo. El pasado cede necesariamente el lugar y el camino al porvenir, y el presente no es sino un instante fugaz que vincula el uno al otro. Es un hecho, un movimiento, una ley; no es un mal en sí. El mal sería si este presente, que debería ser una onda tranquila en la continuidad de la corriente, se volviese un remolino marino, que convulsionara todas las cosas como un tifón o un ciclón en su avanzar, cavando con furia destruidora y voraz un abismo entre aquello que pasó y lo que está porvenir.

Tales saltos desordenados, que la historia hace en su curso, constituyen entonces y determinan lo que se llama una crisis, o sea, un pasaje peligroso que puede conducir a la salvación o a la ruina irreparable, pero cuya solución aún está envuelta en misterio, dentro de las nubes negras de las fuerzas en choque.


Quien considera, estudia y pondera con seriedad el pasado más próximo, no puede negar que habría sido posible evitar el mal hecho y desconjurar la crisis gracias a un procedimiento normal, en el que cada uno hubiese cumplido decorosa y corajosamente la misión que le fue conferida por la Providencia Divina.

Por ventura, ¿no es la sociedad humana, o por lo menos no debería ser, semejante a una máquina bien ordenada, cuyas partes concurren todas para un funcionamiento armónico conjunto? Cada cual tiene su función, cada cual debe empeñarse en un mayor progreso del organismo social, cuyo perfeccionamiento debe procurar de acuerdo con las propias fuerzas y virtudes, si tiene verdadero amor al prójimo y desea razonablemente el bien y el provecho de todos.

Ahora, ¿qué parte les fue consignada de manera especial, queridos hijos e hijas? ¿Qué misión les fue particularmente atribuida? Precisamente, la de facilitar este desenvolvimiento normal; el servicio que en la máquina prestan y ejecutan el regulador, el volante, el reóstato, los cuales participan de la actividad común y reciben su parte de la fuerza motriz para asegurar el movimiento propio del aparato. En otros términos, Patriciado y Nobleza, ustedes representan y continúan la tradición.

El correcto sentido de los conceptos de tradición y progreso
Esta palabra, bien se sabe, suena desagradablemente a muchos oídos. Ella desagrada, con razón, cuando es pronunciada por ciertos labios. Algunos la comprenden mal; otros la usa como falacioso pretexto para su egoísmo inactivo. A la vista de un desentendimiento y desacuerdo tan dramáticos, no pocas voces envidiosas, muchas veces hostiles y de mala fe, y más frecuentemente aún ignorantes o engañadas, les cuestionan y les preguntan sin pena: ¿para qué sirven ustedes? Para responderles, conviene antes que se entienda el verdadero sentido y el valor de esta tradición, de la cual desean ser, antes de todo, representantes.

Muchos espíritus, aún insinceros, imaginan y creen que la tradición no es más que el recuerdo, el pálido vestigio de un pasado que ya no existe, que no puede volver, y que cuando mucho es relegado con veneración, si se quiere con reconocimiento, a la conservación de un museo, que pocos admiradores o amigos visitan.

Si en esto consistiera y a esto se redujera la tradición, y si esta importara en rechazo o menosprecio del camino del porvenir, sería razonable negarle el respeto y honra, y deberían ser vistos con compasión los soñadores del pasado, retardarios frente al presente y al futuro, y con mayor severidad aún aquellos que, movidos por intenciones menos respetables y puras, no son más que desertores de los deberes de la hora tan llena de luto que van recorriendo.

Pero la tradición es una cosa muy diversa de un simple apego a un pasado ya desaparecido; es justamente lo contrario de una reacción que desconfía de cualquier progreso sano. Etimológicamente el propio vocablo es sinónimo de camino y de marcha para el frente (2) – sinonimia y no identidad. En efecto, en cuanto el progreso indica solamente el hecho de caminar para el frente, paso por paso, procurando con la mirada un incierto porvenir, la tradición indica también un camino para el frente, pero un camino continuo, que se desenvuelve al mismo tiempo tranquilo y vivaz, de acuerdo con las leyes de la vida, escapando a la angustiosa alternativa “si jeunesse savait, si viellesse pouvait!” (3); semejante a aquel señor de Turenne, del cual fue dicho: “Il a eu dans sa jeunesse toute le prudence d’un âge avancé, et dans un âge avancé toute la vigueur de la jeunesse” (4).

Por la fuerza de la tradición, la juventud, iluminada y guiada por la experiencia de los ancianos, avanza con paso más seguro, y la vejez transmite y entrega confiante el arado en las manos más vigorosas, que continúan el surco ya iniciado. Como indica su nombre, la tradición es un don que pasa de generación en generación; es la antorcha que, a cada relevo, un corredor pone en la mano del otro, y la confía sin que la corrida pare o disminuya de velocidad.

Tradición y progreso recíprocamente se completan con tanta armonía que, así como la tradición sin progreso se contradiría a sí misma, así también el progreso sin la tradición sería un emprendimiento temerario, un salto en lo oscuro.

No, no se trata de remar contra la corriente, de retroceder para las formas de vida y de acción de edades ya pasadas, sino de, tomando y siguiendo lo que el pasado tiene de mejor, caminar al encuentro del porvenir con el vigor inmutable de la juventud.

Misión de las clases dirigentes de la sociedad
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En cuanto [ustedes] tienen próvidamente en vista ayudar el verdadero progreso para un más sano y feliz porvenir, sería una injusticia y una ingratitud recriminarles e imputarles como deshonra el culto del pasado, el estudio de su historia, el amor a las santas costumbres, la fidelidad irremovible a los principios eternos. Los ejemplos gloriosos o infaustos de aquellos que precedieron los tiempos presentes son una lección y una luz delante de vuestros pasos.

Y con razón ya fue dicho que las enseñanzas de la historia hacen de la humanidad un hombre que camina y nunca envejece. Viven [ustedes] en la sociedad moderna, no como emigrados de un país extranjero, sino como beneméritos e insignes ciudadanos, que pretenden y quieren trabajar con sus contemporáneos, a fin de preparar el saneamiento, la restauración y el progreso del mundo.

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Comprender, amar en la caridad de Cristo el pueblo de vuestro tiempo, probar con hechos esa comprensión y ese amor, aquí está el arte de hacer aquel bien mayor que les compete realizar, no solo directamente a los que están alrededor de ustedes, sino en una esfera casi ilimitada, en el momento en que vuestra experiencia se vuelve un beneficio para todos. Y, en esta materia, ¡que espléndidas lecciones dan tantos espíritus nobles, ardiente y entusiásticamente dispuestos a difundir y a suscitar un orden social cristiano!

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Guardianes, como quieren ser, de la verdadera tradición que ilustra a vuestras familias, les cabe la misión y la gloria de contribuir para la salvación de la convivencia humana, preservándola tanto de la esterilidad a la que la condenarían los melancólicos admiradores demasiados celosos del pasado, como de la catástrofe a la que la llevarían temerarios aventureros o profetas alucinados de un falaz y engañoso porvenir.

En vuestra obra aparecerá por encima de ustedes y en ustedes, la imagen de la Providencia Divina que, con fuerza y dulzura, dispone y dirige todas las cosas en el sentido de su perfeccionamiento (5); a no ser que la locura del orgullo humano venga a ponerse en medio en sus designios, los cuales, sin embargo, son siempre superiores al mal, al acaso y a la fortuna.

Con tal acción serán también preciosos colaboradores de la Iglesia, que, aún en medio de las agitaciones y de los conflictos, no cesa de promover el progreso espiritual de los pueblos, ciudad de Dios sobre la Tierra, que prepara la Ciudad Eterna.

Para esta vuestra santa y fecunda misión –a la cual, estamos seguros, continuarán a corresponder con propósito, trabajando con celo y dedicación, más que nunca necesarios en estos días llenos de gravedad– imploramos las más abundantes gracias celestiales, en cuanto de todo corazón damos, a ustedes y a vuestras queridas familias, a los próximos y distantes, a los sanos y dolientes, a los prisioneros, a los dispersos, a aquellos que encuentran expuestos a los más amargos dolores y peligros, Nuestra paternal Bendición Apostólica.

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(1) Nota del Editor: El Papa se refiere a la Segunda Guerra Mundial (crisis), que terminaría el año siguiente del año de la presente alocución.
(2) La palabra tradición proviene del verbo latino "tradere", que significa transmitir, entregar.
(3) "Si la juventud supiese, si la vejez pudiese."
(4) "Tuvo en su juventud toda la prudencia de una edad avanzada, y en una edad avanzada todo el vigor de la juventud." - Fléchier, Oración Fúnebre, 1976.
(5) Sab 8, 1.

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