Día litúrgico: Domingo II (C) de Adviento
Texto del Evangelio (Lc 3,1-6): En el año quince del
imperio de Tiberio César, siendo Poncio Pilato procurador de Judea, y Herodes
tetrarca de Galilea; Filipo, su hermano, tetrarca de Iturea y de Traconítida, y
Lisanias tetrarca de Abilene; en el pontificado de Anás y Caifás, fue dirigida
la palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Y se fue por toda
la región del Jordán proclamando un bautismo de conversión para perdón de los
pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías: «Voz
del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus
sendas; todo barranco será rellenado, todo monte y colina será rebajado, lo
tortuoso se hará recto y las asperezas serán caminos llanos. Y todos verán la
salvación de Dios».
Comentario: Rev. D. Josep VALL i Mundó
(Barcelona, España).
Todos verán la salvación de Dios
Hoy, la Iglesia se propone la contemplación de las
palabras proféticas de Isaías que se refieren al Precursor del Señor, Juan
Bautista, el cual se dio a conocer en el río Jordán anunciando la salvación de
Dios. Él tenía la misión de abrir rutas, aplanar caminos, allanar montañas,
convertir los terrenos escabrosos en valles frondosos (cf. Lc 3,4-5). También
ahora a los cristianos se nos pide —sin ningún miedo al mundo actual— trabajar
apostólicamente para que todos puedan vislumbrar la salvación (cf. Lc 3,6) que
sólo viene de Dios por Jesucristo.
Tenemos muchas hondonadas para rellenar, muchos caminos
para allanar, muchas montañas para trasladar. Quizá son tiempos difíciles, pero
no nos faltarán los medios si contamos con la gracia de Dios. Seremos
precursores en la medida en que vivamos cerca del Señor y entonces se cumplirán
aquellas palabras de la Carta a Diogneto: «Lo que es el alma para el cuerpo,
así son los cristianos dentro del mundo». Naturalmente, hemos de amar de todo
corazón este mundo en el que vivimos, como decía un personaje de una novela de
Dostoiewski: «Amad a toda la creación en su conjunto y en sus elementos, cada
hoja, cada rayo, los animales, las plantas. Y amando comprenderéis el misterio
divino de las cosas. Y una vez comprendido acabaréis por amar el mundo entero
con un amor universal».
San Justino afirmaba: «Todas las cosas noblemente humanas
nos pertenecen». Y desde las entrañas del mundo —en medio del trabajo, de la familia,
del ambiente social— seremos precursores preparando los caminos de la salvación
que viene de Dios. Con el ejemplo y la palabra «sacudiremos la pereza de los
que nos rodean, les abriremos amplios horizontes ante su existencia egoísta y
aburguesada, les complicaremos la vida, haciendo que se olviden de sí mismos y
los llevaremos a la alegría y a la paz», tal como san Josemaría Escrivá
describió el trabajo apostólico de los cristianos en medio del mundo.
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