El día de hoy la Iglesia en el Perú quiere celebrar en
esta Jornada por la Vida el don precioso de la vida humana, especialmente en
las primeras etapas desde su concepción. En esta ocasión, de manera especial,
ante la promulgación de una norma que atenta contra la vida del concebido.
San Juan Pablo II, en la Encíclica Evangelium Vitae, nos dijo que “el
Evangelio de la Vida está en el corazón del mensaje de Jesús. Acogido con amor
cada día por la Iglesia, es anunciado con intrépida fidelidad como buena
noticia a los hombres de todas las épocas y culturas.” Debemos de tomar esta
frase como una exhortación, un llamado de atención a anunciar el don de la
vida, con fidelidad y también con fuerza, interpelando a la sociedad a ser
defensora de la vida.
La vida humana es sagrada desde el primer momento, ya que
desde el principio comporta la acción creadora de Dios, y nadie, en ninguna
circunstancia puede arrogarse “el derecho a matar de modo directo a un ser
humano inocente”1. Es por eso que la voz de la Iglesia se
levanta y dice que “el ser humano debe ser respetado y tratado como persona
desde el instante de su concepción”2 y debe ser defendido y protegido
reconociéndole todos los derechos, especialmente el primero y más importante,
el derecho a la vida. Este pensamiento está recogido también en las leyes
peruanas, en nuestra Constitución Política (art. 1 y art. 2 inciso 1) y nuestro
Código Civil (Sección Primera, Título I). El tutelar la vida del concebido es
obligación del estado, y crear las condiciones para que esto ocurra es un deber
irrevocable.
En momentos en que vivimos graves atentados contra la
vida, injusticias y guerras es necesario recordar en palabras de Benedicto XVI que “El camino para la
realización del bien común y de la paz pasa ante todo por el respeto de la vida
humana, considerada en sus múltiples aspectos, desde su concepción, en su
desarrollo y hasta su fin natural.”3 No podemos entonces buscar la paz y la
reconciliación de los hombres, sino entendemos que el primer paso es custodiar
la vida, especialmente de los más indefensos y vulnerables. Continúa Benedicto XVI en un llamado de atención que debe movernos y despertar nuestras
conciencias “Quienes no aprecian suficientemente el valor de la vida humana y,
en consecuencia, sostienen por ejemplo la liberación del aborto, tal vez no se
dan cuenta que, de este modo, proponen la búsqueda de una paz ilusoria. La
huida de las responsabilidades, que envilece a la persona humana, y mucho más
la muerte de un ser inerme e inocente, nunca podrán traer felicidad o paz. En
efecto, ¿cómo es posible pretender conseguir la paz, el desarrollo integral de
los pueblos o la misma salvaguardia del ambiente, sin que sea tutelado el
derecho a la vida de los más débiles, empezando por los que aún no han nacido?
Cada agresión a la vida, especialmente en su origen, provoca inevitablemente
daños irreparables al desarrollo, a la paz, al ambiente. Tampoco es justo
codificar de manera subrepticia falsos derechos o libertades, que, basados en
una visión reductiva y relativista del ser humano, y mediante el uso hábil de
expresiones ambiguas encaminadas a favorecer un pretendido derecho al aborto y
a la eutanasia, amenazan el derecho fundamental a la vida.”3
No podemos olvidar en esta reflexión el gran don de la
maternidad, que hace posible que en su seno se produzca el gran milagro de la
vida, la formación, gestación y desarrollo del hijo. Lamentablemente esta
cualidad femenina ha sido atacada por el feminismo radical y la ideología de
género, que pretenden hacer ver este don maravilloso como un medio de
servilismo o de opresión, echando fuera del escenario al padre, debilitando así
a la familia a quién ha sido encargada ser Custodia de la Vida, donde el ser
humano se desarrolla en plenitud y amor.
Pongamos a la Familia, Custodia de la Vida, en manos de
Santa María, Madre de la Vida, para que nos ayude a construir la civilización
del amor y nos de la valentía de testimoniar el Evangelio de la vida.
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