Día litúrgico: Lunes XIX del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Mt 17,22-27): En aquel tiempo,
yendo un día juntos por Galilea, Jesús dijo a sus discípulos: «El Hijo del
hombre va a ser entregado en manos de los hombres; le matarán, y al tercer día
resucitará». Y se entristecieron mucho.
Cuando entraron en Cafarnaúm, se acercaron a Pedro los que
cobraban el didracma y le dijeron: «¿No paga vuestro Maestro el didracma?».
Dice él: «Sí». Y cuando llegó a casa, se anticipó Jesús a decirle: «¿Qué te
parece, Simón?; los reyes de la tierra, ¿de quién cobran tasas o tributo, de
sus hijos o de los extraños?». Al contestar él: «De los extraños», Jesús le
dijo: «Por tanto, libres están los hijos. Sin embargo, para que no les sirvamos
de escándalo, vete al mar, echa el anzuelo, y el primer pez que salga, cógelo,
ábrele la boca y encontrarás un estárter. Tómalo y dáselo por mí y por ti».
Comentario: P. Joaquim PETIT Llimona, L.C.
(Barcelona, España).
Yendo un día juntos por Galilea
Hoy, la liturgia nos ofrece diferentes posibilidades para
nuestra consideración. Entre éstas podríamos detenernos en algo que está
presente a lo largo de todo el texto: el trato familiar de Jesús con los suyos.
Dice san Mateo que Jesús y los discípulos iban «yendo un
día juntos por Galilea» (Mt 17,22). Pudiera parecer algo evidente, pero el
hecho de mencionar que iban juntos nos muestra cómo el evangelista quiere
remarcar la cercanía de Cristo. Luego les abre su Corazón para confiarles el
camino de su Pasión, Muerte y Resurrección, es decir, algo que Él lleva muy
adentro y que no quiere que, aquellos a quienes tanto ama, ignoren.
Posteriormente, el texto recoge el episodio del pago de los impuestos, y
también aquí el evangelista nos deja entrever el trato de Jesús, poniéndose al
mismo nivel que Pedro, contraponiendo a los hijos (Jesús y Pedro) exentos del
pago y los extraños obligados al mismo. Cristo, finalmente, le muestra cómo
conseguir el dinero necesario para pagar no sólo por Él, sino por los dos y no
ser, así, motivo de escándalo.
En todos estos rasgos descubrimos una visión fundamental
de la vida cristiana: es el afán de Jesús por estar con nosotros. Dice el Señor
en el libro de los Proverbios: «Mi delicia es estar con los hijos de los
hombres» (Prov 8,31). ¡Cómo cambia, esta realidad, nuestro enfoque de la vida
espiritual en la que a veces ponemos sólo la atención y el acento en lo que
nosotros hacemos, como si eso fuera lo más importante! La vida interior ha de
centrase en Cristo, en su amor por nosotros, en su entrega hasta la muerte por
mí, en su constante búsqueda de nuestro corazón. Muy bien lo expresaba Juan Pablo II en uno de sus encuentros con los jóvenes: el Papa exclamó con voz fuerte
«¡Miradle a Él!».
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