Día litúrgico: Domingo XX (A) del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Mt 15,21-28): En aquel tiempo,
Jesús salió y se retiró al país de Tiro y Sidón. Entonces una mujer cananea,
saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle: «Ten compasión de mí,
Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo». Él no le respondió
nada. Entonces los discípulos se le acercaron a decirle: «Atiéndela, que viene
detrás gritando». Él les contestó: «Sólo me han enviado a las ovejas
descarriadas de Israel». Ella los alcanzó y se postró ante Él, y le pidió de
rodillas: «Señor, socórreme». Él le contestó: «No está bien echar a los perros
el pan de los hijos». Pero ella repuso: «Tienes razón, Señor; pero también los
perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos». Jesús le
respondió: «Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas». En aquel
momento quedó curada su hija.
Comentario: + Rev. D. Joan SERRA i Fontanet
(Barcelona, España).
Señor; (...) también los perros se comen las migajas que
caen de la mesa de los amos
Hoy contemplamos la escena de la cananea: una mujer
pagana, no israelita, que tenía la hija muy enferma, endemoniada, y oyó hablar
de Jesús. Sale a su encuentro y con gritos le dice: «Ten compasión de mí,
Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo» (Mt 15,22). No le pide
nada, solamente le expone el mal que sufre su hija, confiando en que Jesús ya
actuará.
Jesús “se hace el sordo”. ¿Por qué? Quizá porque había
descubierto la fe de aquella mujer y deseaba acrecentarla. Ella continúa
suplicando, de tal manera que los discípulos piden a Jesús que la despache. La
fe de esta mujer se manifiesta, sobre todo, en su humilde insistencia,
remarcada por las palabras de los discípulos: «Atiéndela, que viene detrás
gritando» (Mt 15,23).
La mujer sigue rogando; no se cansa. El silencio de Jesús
se explica porque solamente ha venido para la casa de Israel. Sin embargo,
después de la resurrección, dirá a sus discípulos: «Id por todo el mundo y
proclamad la Buena Nueva a toda la creación» (Mc 16,15).
Este silencio de Dios, a veces, nos atormenta. ¿Cuántas
veces nos hemos quejado de este silencio? Pero la cananea se postra, se pone de
rodillas. Es la postura de adoración. Él le responde que no está bien tomar el
pan de los hijos para echarlo a los perros. Ella le contesta: «Tienes razón,
Señor; pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los
amos» (Mt 15,26-27).
Esta mujer es muy espabilada. No se enfada, no le contesta
mal, sino que le da la razón: «Tienes razón, Señor». Pero consigue ponerle de
su lado. Parece como si le dijera: —Soy como un perro, pero el perro está bajo
la protección de su amo.
La cananea nos ofrece una gran lección: da la razón al
Señor, que siempre la tiene. —No quieras tener la razón cuando te presentas
ante el Señor. No te quejes nunca y, si te quejas, acaba diciendo: «Señor, que
se haga tu voluntad».
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